Por Joan Comas
Índice
Introducción
Tan solo 55 años después del primer gran enfrentamiento naval en las costa de la isla homónima en el mar Adriático, dos nuevas flotas volvieron a enseñarse los dientes; aunque los combatientes eran tan distintos como a las causas que servían.
Para un viejo imperio representaba uno de sus últimos alientos para poder seguir con su hegemonía y mantener unido el complejo rompecabezas de etnias que lo conformaba. Por su parte para un joven reino simbolizaba la oportunidad de hacerse un lugar al lado de las grandes naciones del momento, mientras tomaban el relevo de sus predecesores en la anterior confrontación de 1811. La pregunta era clara ¿habrían aprendido las lecciones del pasado? ¿Cómo combatirían? ¿Qué impacto tendría?
La segunda batalla naval de Lissa es un escenario que destacó al igual que Sinope e Iquique entre otras contiendas, por ser lo que personalmente denomino una batalla de “transición”, es decir, donde intervinieron simultáneamente tanto tácticas y navíos “clásicos” al lado de los buques más modernos de su periodo; marcando un antes y un después en la náutica.
Que el lector sea testigo en una batalla naval de una envergadura mucho mayor, tanto por la participación de más buques y marinos. Y cuyo resultado sería estudiado tanto por estrategas navales como historiadores, proporcionando una lista de lecciones a tener en cuenta mientras se creaban las influencias que conformarían el desarrollo naval de los siglos posteriores.
1866 fue sin duda un año horrible para el imperio austriaco ya que tuvo que hacer frente a dos grandes problemas uno en Italia y otro en Alemania, dichos conflictos pondrían a su soberano y a sus fuerzas armadas para mantener el imperio como una fuerza europea de primer orden.
Por una parte habían perdido a manos de Víctor Manuel II y su aliado Napoleón III el control de Italia, excepto Venecia, territorio donde el emperador Francisco José I todavía ostentaba el título de rey. Una espina que la corte de los Saboya intentaría quitarse tan pronto como fuera posible ya que era una afrenta que podía hacer peligrar el experimento de una Italia unificada.
En Alemania, tras la disolución del Sacro Imperio (para evitar que el Gran Corso se adueñara de él), el archiducado de Austria se había reconvertido a imperio y se había constituido la Confederación Germánica, donde el emperador como presidente aún tenía cierto poder sobre los estados germanos. Pero la cosa cambió cuando Bismark quiso crear una Alemania más pequeña bajo el dominio de Prusia en vez de una gran Alemania controlada por Austria.
Con la segunda guerra de los ducados, el canciller de hierro se vengó por la victoria danesa en la primera contienda; ahora tocaba alejar a los estados germanos de la esfera de influencia al viejo imperio de los Habsburgo, es cuando en 1866 empezó la guerra austro-prusiana.
El imperio recibió el apoyo de los reinos de Baviera, Sajonia, Wurtemberg, Hanover y ocho ducados-principados. Por su parte Prusia se valió de otros once estados menores, las tres ciudades hanseáticas y claro estaba Italia. El viejo enemigo entró en la guerra con ansias expansionistas en lo que llamó la “tercera guerra de independencia italiana”; aunque claro estaba su voluntad no era la misma que la pericia de sus generales.
Pese a los reverses en tierra, el gobierno italiano quería ver cubierta de gloriosos laureles su nueva “Regia Marina” creada entre la absorción de los buques de los demás estados italianos y la adquisición de modernos blindados, cosa que a los presupuestos del joven reino bien caro les había costado.
Pero estaba claro que una gran victoria en el mar no solo subiría la moral de la nación, sino que proporcionaría el prestigio de poseer una fuerza en el Mediterráneo a tener en cuenta y también podrían adueñarse de las costas de Dalmacia (actual Croacia) un territorio que antaño había pertenecido a la todopoderosa Republica Veneciana que vio nacer a Marco Polo.
El riesgo de esta apuesta era tan alto como las expectativas y vieron en la isla de Lissa un buen objetivo, donde en las guerras napoleónicas ya fue el escenario de duros enfrentamientos; valiéndole el apodo del “Gibraltar del Adriático”.
Por su parte la flota austriaca era inferior en número y en buques potentes, pero su nuevo comandante (hablaremos más adelante) no se iba a dejar intimidar tan fácilmente porque tenía otros planes. De hecho se preparó a conciencia para el combate naval que pronto sucedería con la insólita decisión de blindar sus navíos con rieles de ferrocarril, como si de la armadura de un caballero medieval se tratase.
Su proyecto consistió en realizar un ataque por sorpresa en el puerto de Ancora donde tenía constancia de que se hallaba atracada la escuadra italiana. Pronto entrarían en acción dos comandantes navales que no podían haber sido más diferentes, tanto en carácter como en tácticas.
Los comandantes
Italianos
Al mando de la flota italiana se hallaba el almirante Carlo Pellion Persano. Viendo su historial de servicios, se le podría describir claramente como el “Villenueve italiano”. ¡No! Rectifico, es mejor decir el “Dumanoir italiano” ya que este almirante no tenía desperdicio en cuanto meter la pata.
Inicialmente inició su carrera en la armada del reino de Cerdaña, donde ascendió rápidamente gracias a su título de conde (algo muy común en la época) pero como suele pasar en estos casos, tales ascensos nunca le fueron entregados junto a unas buenas capacidades como marino y estratega; de hecho uno de sus primeros logros consistió en encallar en las costas de su patria natal la goleta Governolo con toda la familia real como pasajeros.
El conde Cavour intentó en vano que se le destituyese por ineptitud, pero a causa de su título pudo quedar indemne. Durante las guerras de unificación de Italia, apoyó varios desembarcos de las fuerzas de Garibaldi, bombardeó Génova, Palermo y Ancora; siguiendo las órdenes de Cavour trató de persuadir a los marinos napolitanos para que abrazasen la causa de los Saboya. Con la guerra ganada quedó retratado como un “glorioso marino de la unificación italiana”, almirante en jefe, senador y ministro de marina. Cargo que aprovechó para inculcar la necesidad de crear una armada potente.
Irónicamente pese a su carencia de cualidades positivas, fue bastante laureado con la Gran cruz de la orden de san Mauricio y san Lázaro, gran oficial de la orden militar de Saboya, medalla de plata al valor militar, las medallas de la unificación italiana, caballero de la gran cruz de nuestra señora de la concepción de Villaviciosa de Portugal, comendador de la legión de honor francesa y caballero de la IV clase de la orden de santa Anna de Rusia.
Austriacos
Al mando de la flota austriaca se hallaba el contralmirante Wilhelm von Tegetthoff. También de origen aristocrático Freiherr (barón) y uno de sus ancestros había sido alcalde de Viena; pero con un carácter muy distinto al de su futuro enemigo y debido a su fama por sus tácticas e importancia para su nación, se le podría calificar como el “Nelson austriaco”.
Estudió en la universidad de la armada ubicada en Venecia y desde sus inicios como joven oficial se mostró emprendedor con las nuevas tecnologías, especialmente con el motor a vapor; aunque algunos mandos todavía cuestionaban su utilidad. Patrulló el Danubio durante la guerra de Crimea en la que Austria fue neutral, demostrando ser un oficial competente y capaz. Tal actitud despertó la curiosidad del archiduque Maximiliano (hermano menor del emperador) futuro emperador de México y por entonces comandante en jefe de la armada en sus intentos por modernizar la institución.
Sus habilidades como diplomático y organizador le valieron un puesto como oficial del estado mayor, pero debido a la superioridad de la armada francesa de Napoleón III, no pudo hacer nada durante la segunda guerra de independencia italiana. Acompañó al archiduque Maximiliano en su visita al emperador Pedro II de Brasil, también llevó a Europa al depuesto rey Otto de Grecia y en luchó contra los disturbios anti occidentales de Siria.
Pero sería en la segunda guerra de los ducados donde se pondría a prueba. Dinamarca ya había tenido confrontaciones con los estados alemanes del norte por unas tierras (los ducados de Schleswig-Holstein) pero las hostilidades se reanudaron por la política de Bismarck y Austria, como estado líder de la confederación germánica, envió al von Tegetthoff, entonces comodoro, con dos fragatas para apoyar a la armada prusiana, que por el momento apenas había logrado algún éxito.
Se enfrontó a los daneses en Heligoland, si bien tuvo más bajas que su oponente, a nivel estratégico se consideró un empate y Dinamarca se retiró. Tras batalla fue ascendido a contralmirante y premiado con la Gran cruz de la orden de Leopold y la medalla de dicha campaña.
El bombardeo del puerto de San Jorge
Con el inicio de las hostilidades, la armada italiana partió el 17 de julio rumbo a Lissa, pese a la oposición del mismo almirante Persano, que afirmaba que su flota todavía no estaba lista para combatir; opinión que no era compartida por el gobierno italiano quien le ordenó partir junto a una fuerza de invasión. La situación era comprensible, si en tierra sus soldados sufrían las vicisitudes de la guerra era intolerable tener a la marina ociosa en puerto.
Por aquel entonces la isla contaba con una dotación austriaca de 1.833 soldados y 88 anticuados cañones en sus baterías costeras. La fortaleza se hallaba al mando del coronel David von Urs de Margina, un oficial de etnia rumana perteneciente al imperio, que antaño había gozado del favor imperial y había sido condecorado por su valor en combate. Pero había sido destinado a la reserva a causa de su preferencia a elegir oficiales subalternos de su misma etnia en vez de austriacos como era costumbre. Al iniciarse las hostilidades supo que era su deber regresar al servicio activo.
Normalmente en un combate de estas magnitudes el fuego de marina siempre está en desventaja contra las baterías terrestres, pero en esta ocasión fue al revés dado a lo obsoletas que estaban las piezas de artillería. No obstante, el coronel no se iba a rendir tan fácilmente y había dado órdenes de “resistencia a ultranza”; pese a que el enemigo sumando sus armas disponía de 746 cañones a lo largo de 34 buques y 10.866 hombres.
El día 18 el primer escuadrón italiano, tras enviar escoltas para asegurar el terreno, tomó posiciones y abrió fuego aunque a causa de la altura de las posiciones austriacas no causaron ningún daño y se retiraron tras un bombardeo inútil de una hora junto a la segunda escuadra para atacar el puerto.
El día 19 los italianos estuvieron más afinados gracias a su buque blindado con torretas Affondatore. Pese a que el ataque fue brutal, los austriacos a costa de grandes pérdidas no flaquearon y ningún buque enemigo entró en la ensenada.
El día 20 las cosas parecían favorables a los italianos, aunque algunos buques habían sido dañados, habían logrado destruir dos tercios de las piezas de artillería austriacas; más con las bajas el coronel David von Urs se hallaba en una situación crítica, aunque por eso no menos decidido en resistir. Lo que ignoraban los italianos era que la isla contaba con una pequeña estación telegráfica equipada con un cable submarino; von Urs había informado de la situación y rápidamente el contralmirante von Tegetthoff se dirigía a su encuentro con Persano.
Las flotas y planes de combate
Regia Marina (Marina Real)
La cadena de mando de la flota italiana estaba dividida en tres escuadrones:
El primer escuadrón al mando del almirante Persano con su buque insignia en el blindado Re d’Italia al mando del capitán de navío Emilio Faa di Bruno. Sus principales buques eran el blindado con torretas Affondatore, el San Martino y el Palestro.
El segundo escuadrón estaba al mando del contralmirante Giovanni Vacca como insignia en la fragata Principe di Carignano. Sus principales buques eran el Castelfidardo, y el Ancora.
El tercer escuadrón estaba a cargo del capitán de navío Augusto Antonio Riboty en el Re di Portogallo; junto al Maria Pia, el Varese y el Terrible.
Ambos escuadrones contaban con buques menores de apoyo que sumaban 24 barcos, más las fragatas y corbetas de transporte a cargo del vicealmirante Giovan Battista Albini que sumaban 10 buques.
Carlo Persano no tenía previsto encontrarse con la flota austriaca y por lo tanto carecía de planes de batalla, cosa que se le criticó dado a que tras lanzar un ataque, era previsible esperar una respuesta del enemigo. Pero es más, ignoró los avisos de sus vigías de “buques sospechosos” durante la noche, cosa que le habría permitido atrapar a los austriacos sin formación de combate, dejando pasar una gran oportunidad de victoria que más adelante lamentaría.
Además, ninguno de los almirantes italianos había combatido en una batalla naval por lo que carecían de experiencia. Como colofón final, Albini detestaba a Persano pues ambicionaba su puesto y Vacca tampoco tenía mucho apego a su comandante.
Kriegsmarine (marina de guerra)
La flota austriaca estaba dividida en tres divisiones, lo curioso es que cada uno bien podía representar cada eslabón de la evolución naval a lo largo del siglo XIX:
La primera estaba al mando del contralmirante von Tegetthoff, constaba de siete buques blindados con su insignia en el SMS Erzherzog (archiduque) Ferdinand Max, una fragata de segunda clase. Los otros eran la fragata de segunda clase Hasburg, las fragatas de tercera clase Kaiser Max, Don Juan d’Austria, Prince Eugene y las corbetas gemelas Drache y Salamander.
La segunda escuadrón estaba al mando del comodoro Anton von Petz, constaba de buques clásicos (de los cuales algunos disponían de motores a vapor) con su insignia en el SMS Kaiser, un navío de línea de 2 puentes. Los otros eran la fragata Novara (famosa por haber participado en las expediciones científicas del archiduque Maximiliano), las fragatas Swarzenburg, Radetzky (en honor al célebre mariscal de campo) Donau, Adria y la corbeta Erzherzog Friederich.
Finalmente la tercera estaba al mando del capitán de navío Ludwig Eberle y consistía en trece buques menores de escaso valor militar, la mayoría cañoneros sin protección y algún mercante artillado.
Von Tegetthoff era consciente de la enorme desventaja en la que se hallaba por ello ordenó que cada escuadrón formase en forma de ángulo obtuso, situando cada buque insignia en el vértice. Primero atacaría su división (dado que eran los buques más fuerte) luego les seguiría la del comodoro von Petz y la tercera división se quedaría como apoyo en la retaguardia.
El plan del contralmirante se basaba en que el enemigo formaría en línea de batalla y con su formación podría “embestir” dicha línea, no solo rompiéndola, sino compensando la escasa potencia de sus cañones en un combate cerrado donde podría destruir un grupo de buques enemigos y después hacer frente al resto de la flota, cosa que desmoralizaría a los italianos.
Inicio del combate
Gracias al pequeño “regalo” de Persano de ignorar a sus vigías, los austriacos pudieron formar tranquilamente sus posiciones recordando las puntas de una flecha. A las 10 en punto los italianos se percataron de que una formación enemiga se dirigía hacia ellos; el duelo había empezado.
Rápidamente, Persano ordenó que los tres escuadrones viraran hacia estribor mientras formaran en línea de batalla en dirección norte (algo que von Tegetthoff había predicho) mientras los buques de transporte se apartaban y el blindado Affondatore se quedaba tras la línea para cubrir cualquier brecha.
Por su parte el vicealmirante Albini recibía órdenes de mantenerse al margen ya que sus buques de apoyo difícilmente podrían hacer algo contra los navíos imperiales, el oficial tomó al pie de la letra el cometido de su superior (cosa que veremos más adelante).
El segundo regalo italiano
Entonces fue cuando se produjo la que sería quizás la más desastrosa y controvertida de las decisiones del almirante italiano. Persano decidió cambiar su buque insignia Re d’Italia por el Affondatore. ¿Qué pretendía? ¿Supervisar el mismo la consistencia de la formación cerrando las brechas del enemigo? ¿Escapar de los peligros que le daban su posición en el centro de la formación? No lo sabemos.
Pero a partir de aquí las meteduras de pata se fueron sucediendo una tras otra, Persano ordenó que el escuadrón central y el de retaguardia se detuvieran para poder arriar su bote; pero olvidó transmitir este mensaje al escuadrón de vanguardia, por lo que el contralmirante Giovani Vacca al no recibir ninguna orden continuó con su avance dejando una brecha en medio de la línea de batalla italiana.
No conforme con eso Persano también olvidó mandar a su subalterno Emilio Faa di Bruno que notificara al resto de la flota el nuevo buque insignia, por lo que los demás buques seguían mirando al Re d’Italia esperando instrucciones. Todavía en el bote Persano desconocía qué estaba pasando y Faa di Bruno esperaba las instrucciones de su almirante cuando subiese al Affondatore. Mientras, los austriacos se acercaban cada vez más rápido.
Por su parte el contralmirante von Tegetthoff no podía creer lo que veía ¿En qué pensaba el enemigo? Seguramente era lo que se estaba preguntando una y otra vez, pero al analizar la situación comprendió que era una oportunidad que no podía dejar pasar y ordenó dirigirse hacia la brecha.
Bajo el fuego enemigo
Pese a la metedura de pata de proporciones megalíticas del punto anterior, tanto Giovani Vacca, Faa di Bruno y Augusto Riboty no se dejaron intimidar y abrieron fuego contra los austriacos, que solo pudieron contestar con las escasa piezas de la munición de proa.
A las 10:43 el acercamiento a corta distancia se había completado, aunque no había sido fácil. Por ejemplo: El SMS Drache recibió 17 impactos, de los cuales no solo les dejaron desprovistos del palo mayor sino que también mataron a su capitán; pero antes de que los daños fuesen peores el teniente Karl Weyprecht tomó el mando del buque y tras ponerlo a salvo el Drache regresó a la lucha.
Durante esta refriega de forma espontánea gracias a la iniciativa de un suboficial, los marineros del Palestro dedicaron a sus maltrechos oponentes un enérgico “¡Viva el Rey!” cosa que los tripulantes del Drache no menos orgullosos les respondieron con un efusivo “¡Viva el emperador!”.
Mientras el Re d’Italia había recibido un fuego concentrado en la popa por orden del contralmirante austriaco, dando el primer éxito en el bando imperial al dejarlo sin timón y prácticamente ingobernable. Viendo que se convertía en una presa fácil el capitán Emilio Faa di Bruno intentó con escaso éxito usar la energía de los motores para maniobrar.
Tras pasar disparando entre los buques italianos, von Tegetthoff ordenó contramarcha y volver a atacar la formación italiana; justo en este momento el comodoro von Petz entraba en escena.
Combate cerrado
Con tales daños, el capitán Faa di Bruno intentó alejarse del combate, pero al ver que la segunda división de von Petz se le estaba a punto de echar encima ordenó contramarcha sin percatarse que la primera división volvía a la carga.
Al observar lo lento que maniobraba su oponente, von Tegetthoff ordenó dirigirse hacia el Re d’Italia, en un primer momento había preparado un equipo de abordaje, pero decidió embestirlo con su espolón de proa. Desde hacía siglos el espolón, considerado una arma medieval había caído en desuso, pero con la creación de los primeros buque blindados se consideró recuperar su uso. El buque italiano recibió un demoledor golpe por el costado de babor que dejó un agujero de 5,5 metros bajo la línea de flotación.
Al poco tiempo, tras un balanceo se empezó a hundir; Faa di Bruno al ver cómo se perdía su buque se pegó un tiro después de ordenar de arriar el pabellón de combate. Inicialmente von Tegetthoff ordenó recoger los supervivientes del Re d’Italia, pero al ver como los buques San Martino y el Príncipe Umberto salvaba a los náufragos, anuló la orden. Mientras desde el Affondatore el almirante Persano seguían sin intervenir.
Con la llegada del comodoro, los austriacos gozaron de mayor superioridad numérica, por ejemplo el Palestro al mando del capitán Alfredo Cappellini hubo de hacer frente junto al italiano San Martino a siete buques austriacos a la vez. Pese a todo Cappellini no se acobardó y continuó luchando hasta que un incendio (muy probablemente en las reservas extras de carbón de popa) le obligó a retirarse para extinguirlo y después regresar al combate.
Pese a estos éxitos, los daños en el bando imperial empezaron a pesar, la mítica fragata SMS Novara recibió 47 impactos, la fragata SMS Schwarzenburg recibió tal daño que inutilizada se tuvo que retirar del combate y el SMS Ezherzog Friedrich recibió un impacto directo justo por debajo de la línea de flotación; aunque sus marineros se las apañaron para mantenerlo a flote.
Tras la pasada de la segunda división, el comodoro ordenó virar tal y como su comandante había hecho anteriormente. Entonces dirigió su atención en el Re di Portogallo quien no paraba de acosarle con su artillería, por lo que intento embestirle; aunque las fuentes italianas afirman que en realidad fue una colisión a causa del poco espacio que había durante su maniobra.
Para pena de von Petz, un navío de línea, independientemente de su número de puentes, no está preparado para dicha acción y como consecuencia del impacto la proa quedó gravemente dañada con la tajamar y el bauprés destrozados. Además, el capitán Riboty aprovechó para abrir fuego a quemarropa, causando graves daños en la dotación austriaca, destruyendo su trinquete y dañando su palo mayor.
Pese a que sufrieron algunos daños estructurales, los italianos se mantuvieron a flote y en su blindaje quedó enganchado como trofeo de guerra el mascarón del SMS Kaiser, una efigie del mismísimo emperador Francisco José I. Entonces el comodoro dividió sus buques, una parte enfrentaría a los buques del escuadrón de Vacca y los demás contra las fuerzas del escuadrón de Riboty.
Persano despierta
Al parecer, en el momento álgido del combate el almirante Persano salió de su estado de letargo y se lanzó contra el buque insignia de von Tegetthoff. El Affondatore era en ese tiempo el mejor buque de la marina italiana, además de torretas con cañones, estaba equipado con un espolón de 2,5m; su plan era simple: hundir el navío del contralmirante austriaco.
Como todas sus decisiones esta también resultó controvertida, dado a que en este momento se hallaba mucho más cerca de los buques del escuadrón de Riboty, quienes estaban recibiendo un duro castigo; pero quizás Persano creyó que al eliminar a su rival equilibraría o compensaría los hechos sucedidos. La verdad, nadie supo qué pretendía. Intentó por todos los medios espolonearlo, pero von Tegetthoff se percató y consiguió esquivarle.
El fin del combate
Por su parte el buque Ancora del segundo escuadrón, consiguió cerrar el paso a la flota austriaca a la vez que tenía al buque insignia imperial a tiro perfecto de quemarropa; pero para pena de su comandante con las prisas por lograr su objetivo y revertir el resultado de la batalla los artilleros solo llenaron los cañones con pólvora, olvidando totalmente meter los proyectiles. Siendo un esfuerzo estéril que se desvaneció tan pronto como el humo de las mismas detonaciones.
Mientras, gracias a los buques menores que impidieron el abordaje austriaco y remolcaron al Palestro, su capitán tuvo tiempo para intentar extinguir el fuego. Después de luchar por todos los medios posibles y viendo que era imposible salvarlo, Cappellini ordenó su evacuación aunque él se negó a abandonarlo.
Pero su tripulación embravecida por la decisión de su comandante, decidió no abandonarle y quedarse en un último intento lograr salvar el buque. Finalmente, a las dos y media el Palestro se hundió y de 230 marinos que formaban su dotación solo sobrevivieron 19; su heroico capitán no fue uno de estos afortunados.
Con el fin del Palestro los italianos se fueron retirando paulatinamente sin orden, por su parte Persano después de haber disparado varias andanadas ordenó que los buques regresaran al combate; pero solo el capitán Riboty con el Re di Portogallo respondió a su llamada y volvió a la lucha. Viendo rota la cadena de mando Persano ordenó la retirada.
Con esta acción terminó el combate. En las costas de Lissa pararon los estruendos de los cañones y solo resonaban las voces de los marinos imperiales con sus vítores su patrón: “¡Viva San Marco!” ya que irónicamente en su mayoría eran venecianos y croatas.
A las 15:00 von Tegetthoff entró en el puerto de la isla donde fue recibió por el coronel David von Urs de Margina. El contralmirante se horrorizó al ver el estado de la dotación del fuerte tras el bombardeo italiano y ensalzó el valor de los defensores durante los ataques.
Todo había terminado, la batalla se saldó con un buque dañado gravemente, 38 muertos y 138 heridos en el bando austriaco; 2 buques hundidos, 620 muertos y 40 heridos en el bando italiano.
El destino de los combatientes
Italianos
Por increíble que parezca al llegar a puerto Persano comunicó que se había producido una gran victoria italiana, cosa que ocasionó grandes celebraciones a lo largo de toda Italia que se vieron truncadas al conocerse el verdadero resultado de la batalla.
Arrestado, fue llevado a juicio ante el Senado; aunque el advenedizo almirante se negó a declarar dado a los privilegios que le conferían su condición de senador y aristócrata, creyendo ilusamente que como en el pasado, su sangre azul le salvaría otra vez de asumir las responsabilidades de sus actos. A lo que el fiscal le recriminó que en tiempos de guerra los intereses del Estado eran más importantes que un título personal. Nuevamente humillado, Persano accedió a declarar enfrentándose a los cargos de cobardía, negligencia, desobediencia y traición.
Fue proclamado máximo culpable de la derrota a causa de su ineptitud, privado de su rango militar, expulsado de la armada, se quedó desprovisto de todas sus condecoraciones y títulos nobiliarios. Este hecho le hundió en una profunda pobreza de la cual solo pudo subsistir gracias a una renta que años más tarde le confirió el rey Víctor Manuel II cuando le restauró el título de conde.
El vicealmirante Giovan Battista Albini también se vio encausado junto a su superior. Él había seguido las órdenes de Persano de apartarse del combate, si bien rescató a sus camaradas naufragados, no tuvo la iniciativa de entrar en batalla para revertir el resultado; de hecho no disparó ni una sola pieza durante toda la jornada. Salió mejor parado que Persano aunque optó por retirarse del servicio activo; su hermano que también llegaría a almirante demostró ser un marino mucho más capaz.
El contralmirante Giovani Vacca sustituyó a Persano al mando de la flota donde se le ordenó bombardear la base de la flota austriaca, pero el fin de la guerra lo impidió. Fue acusado de desobediencia y de no ayudar a su almirante. Retirado de la armada se convirtió en diputado del parlamento italiano.
Al capitán del Palestro, Alfredo Cappellini; se le concedió de forma póstuma la medalla de oro al valor militar por su arrojo y dedicación en el combate al intentar salvar su buque. Siendo recordado como uno de los primeros mártires de la armada italiana, dos submarinos han llevado su nombre.
El capitán del Re di Portogallo, Augusto Antonio Riboty, fue condecorado con la medalla de oro al valor militar por sus acciones. Llegó a almirante, ministro de marina (cargo que aprovechó para modernizar la flota) y fue el creador del instituto hidrográfico italiano. En 1916 su nombre se puso a una clase de destructores que fueron empleados hasta principio los años cincuenta.
Al comandante del Re d’Italia Emilio Faa di Bruno; pese a ser criticado por no haber maniobrado mejor (cosa que permitió que los austriacos les espolonearan) se le concedió de forma póstuma la medalla de oro al valor militar. Un cañonero, un monitor y un submarino han llevado su nombre.
Austriacos
Al contralmirante Wilhelm von Tegetthoff fue condecorado con el segundo grado de la orden de María Teresa y el ascendido a vicealmirante; su antiguo jefe el emperador Maximiliano I le mandó un telegrama de felicitación y el gran cordón de la orden de nuestra Señora de Guadalupe. Tanto en la actualidad como en su momento se le considera uno de los mayores héroes de la armada austriaca, cosa que le valió numerosos monumentos por todo el imperio mientras que varios buques han llevado su nombre convirtiéndole en leyenda.
Viajó Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos para estudiar el desarrollo naval de estas potencias y tuvo que emprender el triste viaje de regreso a Viena con el cadáver de su antiguo superior Maximiliano cuando este fue fusilado por los republicanos mexicanos. Con motivo de la creación de la monarquía dual (Imperio Austro-Húngaro) fue designado como comandante en jefe de la marina, cargo que ocupó hasta su muerte, siempre consagrado a la modernización, el desarrollo técnico de sus buques y el entrenamiento de sus marinos.
El comodoro Anton von Petz fue condecorado con la tercera clase de la orden de María Teresa y el ascendido a contralmirante. En los años posteriores recorrió los mares de Asia para negociar tratados para su nación; terminó su carrera con el rango de vicealmirante y director de la academia naval de Fiume.
El coronel David von Urs de Margina fue condecorado con la segunda clase de la orden de la Corona de Hierro con decoración de guerra y asignado al mando de un regimiento. A su retiro se convirtió en mecenas de la cultura rumana, protestando por la imposición del húngaro, donando generosas cantidades de dinero a becas para jóvenes estudiantes, a asociaciones culturales y al ejército rumano cuando luchaba por su independencia de Turquía.
El teniente del SMS Drache, Karl Weyprecht se labró una gran fama como explorador y pionero por sus posteriores expediciones en el polo norte, cosa que le permitió descubrir la Tierra de Francisco José (llamada así en honor de su emperador) y por organizar (aunque no llegó a verlo) el Primer Año Polar Internacional. Es decir montar 14 estaciones a lo largo del polo norte para medir durante el periodo de un año las condiciones climatológicas y geomagnéticas (1882-1883). En dicho programa participó no solo Austria-Hungría sino también Dinamarca, Rusia, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Noruega, Suecia y Estados Unidos.
Debido al gran número de participantes independientemente de su rango, este artículo se centra en algunos de los más destacados ya que sino este texto se eternizaría. Pero creo que es de justicia dedicar unas palabras a tantos marinos que anónimamente contribuyeron con valor y dedicación en la lucha desde sus respectivos buques.
No siempre es posible hallar información, pero la gloria no solamente está reservada a capitanes y almirantes, la prueba son Francesco Conteduca y Antonio Soglizzo ambos artilleros y marineros de segunda clase. Durante la refriega recibieron graves daños causados por el fuego imperial, pero se negaron a abandonar sus puestos ya que entonces las piezas donde servían no podrían continuar disparando mientras recibían atención médica. En consecuencia ambos marinos perdieron una mano; siendo más tarde premiados con la medalla de oro al valor militar, dos de las cinco medallas de este tipo que se repartieron por los sucesos de aquella jornada.
Resultado de la guerra
Desde el punto de vista austriaco, fue uno de los momentos más brillantes de su armada; pero a causa de la victoria prusiana en Köninggrätz, el resultado de la guerra quedó sentenciado y la confederación germánica se disolvió. Perdiendo para siempre la hegemonía que habían tenido desde la era medieval y siendo Prusia la creadora de la Federación de Alemania del Norte, que tras la guerra franco-prusiana se convirtió en el imperio alemán; Austria quedó relegada a potencia secundaria en el marco europeo.
La armada por su parte continuó cosechando laureles, hasta que al perder en la primera guerra mundial, Austria se vio desprovista de su salida en el mar y sus buques fueron intercambiados entre las potencias vencedoras como si de cromos repetidos se tratase.
Para Italia el resultado de Lissa fue sin duda una humillación inconcebible, dado a que era el primer combate de una armada que había costado horrores de construir a base de machacar en los presupuestos del estado, cosa que no ayudó a la débil economía del joven reino.
Por no haber tenido ninguna victoria la Regia Marina no tuvo ningún “día de celebración oficial” hasta que el capitán Rizzo torpedeó al acorazado austriaco SMS Szent Istvan, 52 años después de esta batalla.
Al final Italia, pese a perder casi todas las batallas terrestres (excepto las que combatió el legendario Garibaldi), consiguió hacerse con Venecia gracias al armisticio Prusiano, pero jamás con la costa de Dalmacia, un territorio que tanto monarcas como políticos siguieron codiciando hasta el punto de llevar a su pueblo a combatir en dos devastadoras guerras mundiales sin éxito alguno en su empresa, cosa que propició una crisis que culminó con la caída de casa real de los Saboya.
En 2004 la república de Austria acuñó una moneda conmemorativa basada en el cuadro de Anton Romako que se muestra en este artículo.