Por Joan Comas
Con permiso de Brunel, Eiffel y Lesseps (entre otros grandes) creo que no me equivoco al proclamar a John Ericsson como uno de los ingenieros e inventores más grandes de su tiempo.
Este sabio sueco de mente curiosa, oficial del ejército, miembro de la academia de ciencias y de la de guerra de su nación (entre muchos otros honores) fue conocido por su condensador, el motor de aire caliente, una maquina solar que empleaba espejos para hacer funcionar un motor, su tecnología para fabricar cañones laminados y sobre todo por ser uno de los primeros en desarrollar e implementar la hélice en los buques.
No obstante, no siempre le acompañó la suerte. En Gran Bretaña a causa de una avería su locomotora no pudo superar a la Rocket de Stephenson. Además su prototipo de máquina para apagar incendios no interesó a las autoridades londinenses, solo el rey de Prusia le compró el aparato y las ganancias no llegaron a cubrir la inversión que hizo.
No es de extrañar, que con este panorama decidiera probar suerte en el nuevo mundo. Por entonces, la industria estadounidense empezaba a cobrar forma y quién sabe si podría obtener una oportunidad de brillar y demostrar su potencial.
Una corbeta para los EE.UU
Para su fortuna, la administración del décimo presidente americano John Tyler, ambiciona un plan de expansión naval y recibió el encargo de construir una corbeta de 700 toneladas, cuyo nombre sería USS Princeton; en honor a la batalla homónima sucedida durante la guerra de independencia.
Sin embargo, como cada héroe tiene su némesis, nuestro protagonista se encontró con el capitán Robert F. Stocton. El marino había sido designado como comandante de la nueva nave, además de ser el supervisor de Ericsson y quien había conseguido el apoyo político del proyecto. Además, el buque llevaba el nombre del municipio natal del capitán; por lo que su implicación y simbolismo eran más que importantes para el oficial.
La corbeta en cuestión, medía 50 metros de eslora, 9,30 metros de manga y 5,2 metros de calado. Su armamento consistía en el clásico equipamiento de baterías laterales de 12 carronadas capaces de disparar proyectiles de 42 libras. También dispondría de velamen típico correspondiente a esta clase de buques.
Pero, aquí es donde empiezan las innovaciones. Se requirió que estuviera equipado con dos motores a vapor (diseñados por el mismo Ericsson), que propulsarían una hélice de 4,3 metros y seis palas. La chimenea también era obra de Ericsson; la ideó con forma telescópica, es decir plegable para que en caso de no usarse, no interfiriera con las velas. También ideó un sistema de telémetro para que los artilleros pudiesen calcular mejor la posición al disparar y un sistema para que el retroceso de las piezas fuera más seguro.
Otra cláusula a cumplir era la creación de un gran cañón para la cubierta principal. Ericsson utilizó su sistema de forja en Gran Bretaña para crear una pieza llamada “Oregón”; con un diámetro de 300 mm y capaz de lanzar proyectiles de 225 libras. Para asegurarse de que el arma era segura, Ericsson lo sometió a muchas pruebas y lo reforzó para evitar que no hubiera grietas.
Fue aquí cuando empezó la polémica. El capitán Stocton, deseoso de impresionar al gobierno, insistió en que la nave debía poseer dos grandes cañones en vez de uno. Tomó la idea de Ericsson y en una forja más “anticuada” de Filadelfia creó el “Peacemaker” (pacificador). Si bien era más grande e imponente que el Oregón, su potencia de fuego era inferior. Como si se tratara de una fábula para niños, el cañón fue considerado apto tras realizar solo cinco disparos, ninguna prueba más.
El fatídico viaje
Hasta la fecha, el nuevo buque iba como la seda. Las pruebas de navegación resultaron correctas y en un concurso superó en velocidad al trasatlántico británico SS Great Western de Brunel.
Ahora el presidente Tyler embarcó el 28 de febrero de 1844 con los miembros de su gabinete en un viaje de exhibición por el río Potomac. No solo estaban sus secretaros y familias, sino también otros personajes ilustres de un total de cuatrocientos invitados. Como Dolley Madison, esposa del presidente Madison (ideólogo de la carta magna) famosa por salvar el retrato de Washington de la Casa Blanca, antes de que los británicos la quemaran durante la guerra de 1812.
También estaba el senador de Misuri, Thomas Benton, gran impulsor de la política de expansión hacia el oeste.
Cuando el USS Princeton pasó cerca de Mount Vernon (la plantación que perteneció a George Washington) el capitán Stocton realizó varios disparos con su Peacemaker en honor al primer presidente y para el deleite de los presentes.
Todo marchaba bien hasta que el secretario de marina Thomas Gilmer insistió en que hiciera un último disparo. Stocton obedeció y al accionar el cañón, este estalló, desprendiendo pedazos de metralla ardiente en todas direcciones.
A causa de la explosión murieron: el secretario de marina, el secretario de estado, el jefe de la oficina de construcción y reparación de la armada, un abogado de Maryland de gran reputación, un político neoyorquino y el esclavo del presidente.
Otras veinte personas resultaron heridas entre ellas el senador de Misuri (Missouri) y el propio capitán del barco y varios miembros de la tripulación. Pero lo peor es que no había rastro del presidente.
La noticia voló tan rápido como la misma conflagración y se llegó a notificar el posible fallecimiento de Tyler y este al no haber nombrado un vicepresidente, se debatían cómo sucederle.
Para sorpresa de todos, el presidente estaba ileso. Minutos antes del desastre todavía se hallaba en cubierta inferior escuchando cantar a su yerno.
Críticas y controversia
Para esclarecer el motivo de cómo estalló el cañón se creó una comisión, que poca luz trajo en el asunto, considerando que el modelo de Ericsson y sus precauciones fueron correctas y el que falló fue el de Stocton a causa de “un desafortunado accidente”.
Pese a todo, el capitán no quedó satisfecho de salir indemne y culpó del desastre a Ericsson. Pidió al instituto Franklin que realizaran su propia investigación, la cual curiosamente encontró todo tipo de errores en los diseños del ingeniero sueco.
Pero Stocton fue más lejos y empleando otra vez sus conexiones políticas (él llegó a ser gobernador militar de California y senador), consiguió que el gobierno no pagara ni un céntimo a Ericsson por su trabajo. Enfadado, el sabio denunció al capitán y el tribunal fallo en su favor; no obstante y pese a tener la razón nunca recibió el pago por sus servicios.
Aunque en mi opinión, lo peor fue que desde entonces en la armada americana fue considerado de forma extraoficial, una persona non grata. Una opinión negativa (ya se imaginan gracias a quien) que perduró hasta el día en que falleció y su cuerpo fue repatriado a su Suecia natal en un buque de la armada.
A pesar del descrédito, el tiempo da la razón a quien la tiene y mientras que el capitán es una mera anotación solo interesada para el público estadounidense. Ericsson alcanzaría la fama mundial como inventor durante la guerra civil con el diseño de uno de los buques más raros del mundo.
Pero este tema lo trataremos en otra ocasión.