Por Carlos Martínez-Valverde
Revista General de Marina; «Consideraciones sobre la jornada de Inglaterra, 1588«. Enero, 1979. Este artículo ha sido reproducido con permiso de dicha publicación. Algunos grabados y fotografías, que así se indiquen, han sido recopiladas por Todo a Babor, al igual que sus textos. Estará indicado como: [TAB]
Índice
- Introducción
- Estrategia. Planes
- Más consideraciones estratégicas. Hidrografía. Meteorología
- Sobre las instrucciones del rey
- Consideraciones de orden logístico. Constitución de la Grande y Felicísima Armada. Su apresto
- La Gran Armada
- Algo sobre la Flota enemiga
- Resumen de la expedición. Expresión de algunas fechas
- Consideraciones tácticas
- Sobre el mando
- Consideraciones finales
Introducción
Mucho se ha escrito sobre la campaña de la Gran Armada. Para estudiarla con detalle haría falta un grueso volumen, o varios; pero lo que trato ahora es resaltar, desde un punto de vista naval y militar, las más notables facetas de su desarrollo, sacando consecuencias y enseñanzas; todo en un trabajo que sea fácilmente —pudiéramos decir— “abarcable” en una no muy larga lectura.
Ya desde que don Álvaro de Bazán batiese, en mar y en tierra, en las Azores, a los seguidores del prior de Crato y a sus protectores ingleses y franceses, concibió nuestro general de la Mar la invasión de Inglaterra, pasando de la guerra defensiva, en que los ingleses atacaban con piratas y corsarios, a la ofensiva, atacando los nuestros el corazón de todo aquel poderío antagónico.
La ocasión era propicia de haber estado preparada España, pues los ingleses, aunque su flota había cobrado un gran impulso ya en tiempo de Enrique VIII, aún no estaban tan fuertes como lo estuvieron en el transcurso de unos años de reinar su hija Isabel.
Lo estuvieron en buques, y en almirantes, y en gente de mar, y en gente para guerrear en ella. La actividad “corsaria”, de esos años fue una gran cantera y sus astilleros produjeron magníficos galeones, mejor armados que los anteriores (1).
El no decidirse el rey don Felipe II, por las causas que fueren, hizo perder un tiempo precioso (2). En enero de 1586 don Álvaro, ante la actitud de la reina Isabel reiteró su propuesta, tomando ésta cuerpo en la mente del rey, encargando al marqués la confección de un proyecto detallado, con un estudio de las necesidades, que resultaron muchas.
Una expedición contra Inglaterra suponía un enorme esfuerzo para España y para Portugal, del que también era soberano don Felipe, aun ayudados ambos reinos por otros italianos, de soberanía o de influencia, y por el Papa deseoso de reconvertir Inglaterra al catolicismo aunque fuese necesaria la acción de las armas (3).
Al fin se decidió don Felipe y dispuso la constitución de una gran fuerza naval cuyo punto de concentración y de armamento —sábese— fue el puerto de Lisboa. Esa fuerza, por sus católicos designios, habría de apellidarse, en documentos oficiales: “Felicísima Armada”. Muy feliz por su altísima misión.
Estrategia. Planes
A más de disponerse la constitución de la Gran Armada se elaboraron planes: Bazán propuso, en principio, una gran expedición partiendo toda ella de la Península; fuerza naval de combate y convoy de transportes para las tropas de desembarco, formando “una expedición bien unificada”, mandada por él como capitán general de Mar y de Tierra.
Obvio es que los transportes, en convoy numeroso, suponían una gran rémora para las escuadras de combate. Corbett (4), en su Estrategia Naval, se expresa con referencia a este plan:
La idea primitiva del plan de invasión tal como la había concebido originariamente el marqués de Santa Cruz, era intentar atravesar nuestra defensa naval (la de Inglaterra, naturalmente) con sus transportes. El estudio meditado, sin embargo, convenció al rey de su debilidad. Una masa de transportes y de navíos de guerra es el conjunto más embarazoso y más vulnerable que se haya conocido jamás; mientras más débil sea la defensa naval del país amenazado, más ardientemente deseará que el invasor emplee este procedimiento.
Ello es cierto, y maravilla cómo la Armada pudo mantener su formación cerrada, de buques tan heterogéneos en el canal de la Mancha; eso sí: formación eminentemente defensiva. Ya volveremos sobre este punto en las consideraciones tácticas. Mayor dificultad habrían tenido con un mayor número de transportes.
Alejandro Farnesio, gobernador y capitán general de los Países Bajos, propuso, por su parte, su propio plan.
Este consistía en lanzar, aprovechando el viento y la marea (que condicionan siempre esa travesía), un ataque nocturno, por sorpresa, contra Inglaterra, atravesando el estrecho con sus tropas en embarcaciones de escaso calado.
Los puertos de partida serían Dunkerque y Nieuport y el paso debería hacerse “antes que alguien pudiese darse cuenta de la partida”. Pero…, ¿cómo podría preparar 800 embarcaciones, y concentrar numerosas tropas, y embarcarlas, sin que los enemigos se diesen cuenta? (5).
¿Cómo podría forzar el bloqueo holandés, de buques bien armados, de poco calado, como los bajos fondos exigían? ¿Y el de las fuerzas navales inglesas, más afuera, de buques mayores? ¿Cómo podría hacerse todo esto sin el apoyo de unas fuerzas navales propias?
El rey, al conocer este plan, y pensando también lo que era dejar casi desguarnecidos los Países Bajos, escribió, de su mano, al margen, como era su costumbre: “¡Casi imposible!”.
Volviendo a Corbett. Este dice refiriéndose al plan de Farnesio:
El príncipe de Parma, como después le pasaría a Napoleón (y más tarde a Hitler), se había aferrado obstinadamente a la creencia de que podía existir una solución distinta de la decisión por medio de la batalla naval.
El rey don Felipe, vistos los planes de Bazán y de Farnesio, decidió el suyo propio: Las tropas de éste pasarían previa conjunción con una armada enviada desde la Península.
El marqués de Santa Cruz llevaría un pequeño cuerpo de tropas de desembarco, con alguna artillería; una vez en tierra quedarían a las órdenes de Farnesio.
Quedando el de Santa Cruz al mando de las fuerzas navales que atenderían a la defensa y al aprovisionamiento de las de desembarco. Farnesio sería, pues, lo que hoy llamaríamos jefe de teatro de operaciones.
Ello dolió mucho a Bazán, capitán general de la Mar, de enorme prestigio, cuya acción en la batalla de Lepanto había resuelto la victoria, cuando Farnesio no era sino un combatiente, eso sí, muy distinguido y valeroso.
Después seguiría otro disgusto para don Álvaro que le llevaría a la muerte: la desconfianza del rey en lo que a su diligencia y dotes de organizador se refería.
El plan del rey agilizaba sin duda el sistema flota de combate-convoy de transportes, pero éste, aunque menor, seguía subsistiendo y con ello la correspondiente torpeza de maniobra.
Y, además…, ¿cómo coordinar de modo eficaz los movimientos de la expedición procedente de la Península con los de la que partiría de Flandes?
Con los pobres elementos de enlace a distancia de la época, con la dificultad inherente a los vientos y a las corrientes, tan fuertes y tan complicadas las de marea… Y con la falta de un puerto de aguas profundas, en el que pudiesen esperar el momento propicio los buques de gran calado, como pudieran ser Flesinga o Brill, en poder de los enemigos, para poder coordinar desde él el movimiento de la Gran y Felicísima Armada, con el de la flotilla de desembarco, de Farnesio (6). Todo seguía siendo muy difícil.
Más consideraciones estratégicas. Hidrografía. Meteorología
Bien conocidas son las dificultades de navegación del Canal, claro que se disponía de pilotos prácticos. Los vientos hacían que la Armada hubiese de buscar más bien las de Inglaterra que las de Francia, al abundar más los del oeste y abundar los bajos en las francesas.
Ello hacía que hubiese que acercarse a la costa del enemigo. Farnesio habría de partir de una costa muy sucia en lo que a bancos de arena se refiere, la Armada podría prestarle muy poca ayuda en aquellas aguas peligrosas para sus buques (como habría de verse el día de Gravelinas).
Los vientos y las corrientes era de esperar empujasen a la Armada, por el Canal, hacia el paso de Calais, y, una vez pasado éste, hacia los bajos de Zelanda.
En lo que concierne a la invasión directa de Inglaterra, nos dice el eminente, historiador irlandés Cyrill Falls (7):
Invadiendo Irlanda, para desde ella pasar a Inglaterra se hubiese aprovechado un factor que a menudo se olvida: los vientos predominantes, que son del sudoeste, mientras, que si salía de los Países Bajos hacia Inglaterra habría que esperar los vientos del Este. Y lo que es más: los refuerzos enviados desde Inglaterra a Irlanda (para batir a los invasores) requerían también esos vientos del Este. Esto era un obstáculo increíble para los que no hayan estudiado la época: Las tropas inglesas que iban a Irlanda quedaban constantemente detenidas en Chester, en Bristol o en Barnstable durante una, dos, tres y, a veces, cinco semanas en espera del viento.
Completa Falls:
Irlanda era un buen primer paso para la invasión de Inglaterra; estaba poco guarnecida por ingleses y habitada por un pueblo en que la influencia de España había penetrado muy profundamente.
Además se trataba de una guerra de religión y gran parte de los irlandeses eran católicos. En cambio, en Inglaterra, muy poblada, y guarnecida, se había perdido la influencia desde los tiempos en que el rey don Felipe había estado, como esposo de la Reina María.
Había aún católicos, sí, pero muchos —era sabido— dejarían de lado, de momento, sus creencias religiosas para luchar del lado de su reina Isabel, contra el invasor, fuese éste el que fuese.
Los factores meteorológicos y los políticos —según Falls— trabajaban al unísono. Para el viaje hacia Inglaterra también era de gran interés el tiempo en que había de hacerse, ya que los nortes son muy fuertes en la costa de Portugal (de ahí esa expresión tan corriente de “subir la costa de Portugal”, y a fe que a veces es una verdadera “trepa”).
La época en que se hizo no era la aconsejada por don Álvaro de Bazán. Se salió de Lisboa el 30 de mayo; el 19 de junio los buques habían de entrar en La Coruña, ya consumidos muchos de sus víveres en las largas bordadas que hubieron de dar para progresar hacia el Norte, de donde sopla fuerte el viento, arbolando mucha mar.
De La Coruña habría de salirse el 22 de julio, produciéndose así una pérdida grande de precioso tiempo. Pero el Rey, siempre cauteloso, despaciosó más bien en sus decisiones, parecía en esta ocasión dominado por la impaciencia.
Sobre las instrucciones del rey
Vamos a hablar de ellas inmediatamente a hacerlo sobre los planes, ya que la ejecución de lo que en ellos se contenía estaba forzosa mente canalizada por las susodichas instrucciones (8):
… Iréis derecho al Canal de Inglaterra, saliendo por él arriba hasta el Cabo de Margat, para daros allí la mano con el Duque de Parma, mi sobrino, y allanar y asegurar el paso para su transitó. Porque el bien de este negocio consiste en ir a la raíz, aunque Draque hubiese salido para estos mares… con el fin de divertir y embarazar (como por avisos de Inglaterra se ha dicho), no habéis de torcer el viaje sino proseguirle, sin buscar al enemigo, aunque quedase por acá.
Bien es verdad que dice: “si se quedase por acá”; de todos modos se ha subrayado lo que parece empujar a ir a cabo Margate, lo antes posible pasase lo que pasase.
Si no topárades enemigo hasta Cabo Martgat y hallárades allí al Almirante de Inglaterra con su Armada, solamente; y aunque topárades juntas las del dicho Almirante y la de Draque, sería la vuestra superior (???) a entrambas en calidad; y así en el nombre de Dios, y con tal causa como lleváis, podréis, procurando ganarle el viento y todas las demás ventajas, darles la batalla y esperar de Nuestro Señor la Victoria.
Mal podría ganar el viento, maniobrar para colocarse a barlovento, con el convoy de pesadas urcas.
Esto de combatir —sigue— se entiende si de otra manera no se puede asegurar al duque de Parma el tránsito para Inglaterra, que pudiéndose sin pelear asegurar este paso, por desviarse el enemigo, o de otra manera, será bien que hagáis el mismo efecto, conservando las fuerzas enteras.
Hay también aspectos logísticos que mencionaremos. Al leer estos conceptos no puedo dejar de recordar las instrucciones de Napoleón a Villeneuve impulsando igualmente a eludir la batalla naval de Trafalgar.
En la “Instrucción Secreta”: “Puesto en el Cabo Margat, adonde habéis de hacer esfuerzo de llegar con el Armada, allanando las dificultades que en el camino se opusieron…”, le dice coloque la gente de desembarco a las órdenes de don Alonso de Leiva donde le haya dicho el duque de Parma.
Viene después algo que parecer paliar la firmeza del deseo de llegar pronto a cabo Margat: “…Si no pudiese pasar el duque, mi sobrino, a Inglaterra, ni vos daros la mano con él sí podríades apoderados de la isla de Wych (Wight), que no es tan fuerte que parezca que pueda resistir.”, siguen instrucciones de detalle para entrar en el puerto.
Le dice que desde la susodicha isla se entienda con el de Parma: “procurando ayudaros uno a otro con las fuerzas o reputación de las que cada uno tuviere, enderezándolo todo a un mismo fin…”.
Vemos claramente que la toma de la isla de Wight queda para después de tratar de “darse la mano con Farnesio”.
Ya veremos que después de la tentativa de contacto, ni los vientos, ni las corrientes, ni el potencial combativo de los buques, sin municiones, permitirían volver sobre la isla de Wight. Antes ya lo había hecho imposible Howard.
Consideraciones de orden logístico. Constitución de la Grande y Felicísima Armada. Su apresto
El puerto designado por el rey para la reunión y armamento de la gran Armada fue, como es bien sabido, Lisboa.
Portugal tenía buenos galeones de guerra y también valerosa gente de guerra, y en Lisboa, bien asomada al Atlántico, existían astilleros.
Don Felipe era rey de España y rey de Portugal, y, de este modo robustecía su autoridad en este segundo reino. El estuario del Tajo se prestaba para la gran concentración naval que se preparaba.
En julio de 1587 salió de Lisboa don Álvaro para asegurar la venida a España de la Flota de Indias. Los preparativos para la gran jornada contra Inglaterra habían sufrido un duro golpe con la incursión de Drake, pero ya éste, falto de víveres, regresaba a su base después de haber apresado en aguas de las Azores a la carraca San Felipe, que regresaba de las Indias con rico cargamento.
De esas islas regresó Bazán y encontró la orden de que no bien se acopiasen víveres en Andalucía y se incorporasen las galeazas de Nápoles se hiciese a la mar en busca de cabo Margate, en la desembocadura del Támesis.
Creía el rey que con 35 galeones bien armados bastaba para abrirle paso al duque de Parma, desde los Países Bajos a Inglaterra.
Los galeones de Bazán habían sufrido grandes daños en su viaje de regreso de las Azores y necesitaban reparaciones. Además había recibido noticia del apresto de una formidable fuerza naval inglesa.
También la recibió el rey y vio la necesidad de aumentar el número de buques de combate, para poder llevar adelante su plan.
Se retrasó la salida de la Gran Armada, marcándose para ella, en principio, el 15 de febrero (1588). Don Felipe, sin embargo, mostraba gran impaciencia; él, por lo general, tan despacioso, tan prudente.
Bazán creía necesarios 50 galeones y por el momento disponía de ¡13!, y para eso no todos en estado de navegar, y menos de combatir. Pedía además un centenar de buques, comprendiendo en este número los pesados, de carga, y los ligeros para descubierta y para enlace.
A finales de enero tenía los 13 galeones, 4 galeazas y 70 buques de la mayor heterogeneidad; unos faltos de estanqueidad y los más insuficientemente armados.
Bazán, en su proyecto primero para constituir la Armada, suponía que los galeones de guerra ya tendrían su artillería; no era así, pues en diciembre (1587), en carta dirigida al rey, se expresaba:
Toda el Armada está falta de artillería, como vuestra majestad verá por las relaciones. Ya los galeones deste Reyno (los portugueses que eran de los mejores) les faltan 80 pieças, que hay fundidas parte dellas…, otras se van fundiendo.
Su suposición había sido harto optimista.
Había escasez de víveres, algunos había que traerlos desde muy lejos, tal el bizcocho, o galleta, desde Italia. En 9 de enero escribía Bazán al rey:
Quando llegué vi que habían descargado 3.000 quintales, cuando vuestra majestad mandó que no se sacase nada a tierra… Pero por ser viejo, para que no se acabe de dañar con la humedad de la mar, he ordenado que el sacado a tierra se vaya escogiendo (el peor) para repartirlo para toda el Armada para los primeros días.
Faltaba también buena tonelería; las barricas eran elementos muy importantes, en aquella época, para el transporte y buena conservación de los víveres. Drake sabía muy bien esa importancia y aprovechó el saberlo después de su expedición contra Cádiz, dirigida precisamente contra la constitución de la Armada que se alistaba en Lisboa.
Drake esperaba encontrar en Cádiz —y encontró— barcos procedentes de Levante con carga destinada a la Armada. Efectuó su ataque con gran diligencia (9), y, pese a la valiente defensa que hicieron las galeras, quemó 18 buques y apresó 6.
Después se estableció en las inmediaciones de cabo San Vicente, desembarcando y, desde allí se dedicó a cortar la navegación de los nuestros (10).
Entre los barcos que atacó los había cargados con duelas y aros para toneles, las primeras de madera ya curada. Una gran fogata, en tierra, fue el final de tan preciosa carga, tan necesaria para el transporte de víveres de la gran expedición (11).
Los fondos necesarios para las pagas se habían conseguido con dificultad: Hay constancia de la petición de ellos al rey. Bazán le decía (enero 1588) que la Armada estaba falta de fondos y que podría salir cuando se recibiesen.
Tiene que reiterar la petición. En esos días (23 de enero) precisamente don Felipe urgía la salida de la Armada, enviando al conde de Fuentes para fiscalizar la conducta del marqués de Santa Cruz.
Este, profundamente dolido por la ingratitud y la desconfianza del rey, enfermaba gravemente, y moría el 9 de febrero dejando a la Armada sin el capitán general más cualificado que podía dársele.
Fue nombrado para tan importante cargo y para llevar a cabo tan difícil cometido don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia; ya dedicaremos un párrafo al estudio de su personalidad.
Las sospechas sobre la capacidad de Bazán para la organización de la Armada podrían ser totalmente injustas; luchaba con la penuria, la escasez de medios para tamaña empresa era notoria, pero todo se dificultaba por tener que traer de muy lejos lo que se necesitaba (12).
El capitán Marolin de Juan, buen conocedor de las cosas de la mar y de la guerra en ella, con la licencia que con frecuencia había para dirigirse directamente al Rey, le escribe:
Sabe vuestra majestad de cuanta importancia es la empresa…, y las fuerzas de navíos, gente, artillería y otros pertrechos de guerra que por la mar tiene Inglaterra, y que hemos de pasar por sus puertos de donde con más ventajas y menos daños suyo nos podrán acometer y retirarse…
Exponía, sin duda, muy bien, la realidad de la situación.
Cuando Medina Sidonia tomó el mando en Lisboa, el panorama logístico era pavoroso.
Con las prisas del rey, en la última semana de la vida de Bazán se habían acumulado en caótico orden armas, víveres y dotaciones, y tropas, manteniendo a los hombres embarcados prematuramente, “listos” los buques para hacerse a la mar.
No lo estaban: Según la diligencia y viveza del capitán, había algunos sobrecargados de víveres y otros faltos de ellos. Había galeones que tenían cañones sin montar, tapados con otras materias de carga. A otros faltaban. Los había que tenían piezas de artillería excesivamente grandes para su desplazamiento.
Algunos tenían cañones y carecían de balas, y a otros les pasaba lo contrario. Pero en general faltaban mas que sobraban. El nuevo capitán general puso de manifiesto indudablemente sus grandes dotes de organizador: eran ya conocidas por el rey y seguramente, además de por otros motivos, influyeron en el real ánimo para su designación (13); ayudado por el secretario del fallecido marqués de Santa Cruz; al que logró retener, consiguió poner en orden el caos existente, si bien no pudo conseguir totalmente los elementos que faltaban, ni mejorar por completo los malos existentes.
La Gran Armada
Al fin pudo reunirse una armada, pertrechada y bastante bien artillada, si bien compuesta de buques, en su mayor parte, muy heterogéneos: 65 galeones, incluyendo en este número los de guerra de Castilla, los de guerra de Portugal, los armados de la Carrera de Indias, cuatro galeazas de Nápoles; cuatro de Portugal; 13 zabras, de ellas dos gruesas, de la Corona de Portugal, 19 pataches de tonelaje diverso, entre 70 y 100 toneladas.
Además, 10 carabelas y 10 falúas. Ciento treinta unidades mayores, con un total de 57.868 toneladas; armadas con 1.497 piezas de artillería de bronce, entre ellas, numerosas culebrinas, medias culebrinas, y cañones; y, 934 de hierro colado de diferentes calibres.
Los buques iban bien pertrechados de municiones; 123.790 balas y 5.175 quintales de pólvora. Plomo para la arcabucería llevaban 1.238 quintales. Tripulaban, en total, los buques 30.656 hombres (14).
La Armada iba dividida en varias escuadras: La de Portugal, al mando directo del capitán general; su insignia en el galeón, San Martín (habia arbolado también la suya el marques de Santa Cruz en su campaña de las Azores); la componían 10 galeones y dos zabras.
La armada de Vizcaya, mandada por Juan Martínez de Recalde, compuesta de 10 naos y cuatro pataches. La armada de galeones de Castilla, mandada por Diego Flores de Valdés, de 10 galeones, cuatro naos y dos pataches. La armada de naves de Andalucía, mandada por don Pedro de Valdés, con 11 naves diversas (había entre ellas una urca y un patache, las otras eran naos).
La armada de Guipúzcoa, mandada por Miguel de Oquendo, con 12 unidades, de ellas una urca, dos pataches y las demás naos. La armada de naves levantiscas, mandada por Martín de Bertendona, de 10 naves.
La armada de urcas, mandada por Juan López de Medina, de 23 unidades. Un grupo de pataches y zabras, al mando de don Antonio Hurtado de Mendoza, con 22 barcos. La escuadra de galeazas de Nápoles, mandada por don Hugo de Moncada y la de galeras de Portugal por don Diego Medrano.
Iban embarcados en la Armada cinco tercios de Infantería: el de Sicilia, cuyo maestre de campo era don Diego Pimentel, el de don Francisco de Toledo, el de don Alonso de Luzón, el de don Nicolás de Isla, el de don Agustín Mexía; y, a más 32 compañías sueltas.
Por maestre de campo general iba don Francisco de Bobadilla. El almirante de la Flota que era la Armada era Juan Martínez de Recalde.
Una instrucción secreta del rey, para abrir solamente en el caso de muerte del duque de Medina Sidonia designaba, para ese caso, como capitán general a don Alonso de Leyva, que lo era de la Caballería Ligera de Milán. Iba en la Armada mandando la Rata Coronada.
Algo sobre la Flota enemiga
Ante la amenaza de la invasión los ingleses organizaron milicias, construyeron fortificaciones y reforzaron la artillería de los castillos, pero en lo que cifraban su seguridad era en sus fuerzas navales.
Habían cuidado mucho la construcción de buques, y en ella se habían introducido notables variaciones: Se habían suprimido los altos castillos de proa y popa, para hacer así a los barcos más maniobreros; se habían aumentado las esloras para así poder alinear a las bandas mayor número de cañones.
Se iniciaba la época del buque de línea sin que aún se denominase así. Con la artillería a las bandas era natural que las presentasen los buques para combatir, y, para no estorbarse unos a otros deberían navegar siguiendo, cada uno —más o menos— las aguas del anterior en una fila, navegando formando una columna de a uno, aunque no fuese muy perfecta.
En los buques se montaron piezas de mayor alcance del tipo culebrina, y de bronce. El tonelaje de los barcos ingleses era por lo general menor que el de los componentes de la Armada, si bien los había mayores de 1.000 toneladas, tales eran el White Bear; el Triumph, de Forbisher; dos de 800, uno de ellos el buque capitana del lord almirante y otro el Victory, de Hawkins, y varios de 600.
La mayor parte menores. De los galeones de guerra los menores eran de 300 toneladas, y tenían 18; otros, también grandes, eran mercantes armados, requisados o cedidos voluntariamente. Un conjunto de buques, si bien heterogéneos, maniobreros y bien armados en lo que artillería se refiere.
La escuadra del lord almirante se componía de 34 buques, la del mando de Drake, 32. Había una escuadra de guardacostas a las órdenes del almirante directamente, de 20 buques, y otra de voluntarios, también a sus órdenes, de 18.
Otra escuadra de guardacostas era la de lord Henry Seymour (estuvo destacada en un principio, en observación de los movimientos que pudiese hacer Farnesio, pese a haber buques holandeses en esta misión). Los buques armados por la ciudad de Londres eran 38, y también había un grupo de 10, embargados, y otro de 15 dedicados a transporte.
Un total de 197 buques, su mando entre todos 29.744 toneladas, con un total de 15.787 hombres. Nótese la gran diferencia existente entre los números de tripulantes de las dos flotas adversarias, con ventaja para la Armada, pero… la artillería de la inglesa era superior en alcance, manejada por artilleros adiestrados en el servicio de mar, y mientras no se combatiese al abordaje o a distancia en que pudiesen jugar las armas “de mano”, arcabuces y mosquetes, esa abundancia de infantes inactivos no era sino tener más “carne de cañón”.
Ya tendrían buen cuidado los ingleses en evitarlo. Mandaba la flota inglesa lord Charles Howard of Effingham, escogido más que por sus conocimientos de la guerra en la mar, por su elevada alcurnia, que, al sentir de la época, le hacía ser obedecido más fácilmente por sus almirantes subordinados.
Sí estaba vinculado al servicio naval por sus antepasados, que habían sido también lores almirantes.
Las dotaciones inglesas estaban descansadas y se mantenían en buena salud gracias a las disposiciones de la reina que las había tenido viviendo en tierra mientras los enemigos estuvieron preparando su expedición, y hasta mucho tiempo, sin ser completadas para ahorrar víveres.
Algo muy distinto a las de la Armada, que estuvieron embarcadas largo tiempo, aún en Lisboa, con prohibición de saltar a tierra tanto los marineros como los soldados.
Resumen de la expedición. Expresión de algunas fechas
Antes de exponer las consideraciones tácticas presentaré un resumen para mejor situar las acciones, en el tiempo y en el lugar (véanse gráficos A y B).
Resumen:
- 28 de mayo.—Salida de Lisboa. Vientos contrarios. Se tardan cuatro días en montar Finisterre. Va como almirante general Juan Martínez de Recalde. Como asesor del capitán general, Diego Flores Valdés.
- 19 de junio.—Entrada de la Armada en La Coruña (en dispersión debido al temporal reinante). Repostarán allí los buques; se repararán; Se armarán.
- 22 de julio.—Salida de La Coruña. Vientos contrarios. Se fondea en espera del cambio.
- 25 de julio.—Se reanuda la marcha. Se envía el primer mensaje a Farnesio.
- 26 de julio.— Nieblas, mal tiempo. Falta la galera patrona. Todas habrán de arribar a puertos franceses.
- 27 de julio.—El temporal dispersa a una parte de la Armada.
- 28 de julio.—A 75 leguas de las islas Sorlingas. Faltan 40 buques.
- 29 de julio.—Frente a cabo Lizzar. Se incorporan las naves que faltan (15);
- 30 de julio.—A seis leguas de Plymouth. Noticias del enemigo. Howard y Drake reunidos. El Consejo decide no atacar dicho puerto (16).
- 31 de julio.—A dos leguas de Eddystone. Vientos del oestesudoeste. Dos fuerzas enemigas a barlovento. Envuelven. Atacan por retaguardia. Accidentes: abordajes del Nuestra Señora del Rosario y voladura, por incendio, del San Salvador (17).
- 1 de agosto.—Los enemigos se apoderan de los buques accidentados. El almirante de Inglaterra a punto de ser apresado. Nueva formación de la Armada: Gran retaguardia, fuerte vanguardia; convoy en medio (18).
- 2 de agosto. —Combate frente a Weymouth. Al rolar el viento al este, la Armada a barlovento. Ataque de las galeazas. Al rolar el viento al sur, y al oeste, Flota enemiga a barlovento. Se rompe el contacto.
- 3 de agosto.—Combate al sudoeste de la isla de Wight. Los ingleses presionan desde el oeste y con ellos el viento y la corriente. Ataque a rezagados. Enérgicas reacciones. Los enemigos rompen de nuevo el contacto.
- 4 de agosto.—Combate N/S con punta oriental de la isla de Wight. Ataques a la Armada por retaguardia. Es empujada hacia los bajos Owers. El convoy impide barloventear. Imposible el pretendido fondeo en Solent.
- 5 de agosto.—Es necesario continuar a Calais. Sin noticias de Farnesio. Si se pasa de Calais la Armada será arrastrada al Mar del Norte.
- 6 de agosto.—Fondeo en Calais. La flota enemiga lo hace a barlovento. Es reforzada con la escuadra de Seymour. Este, al llegar, desafía con su fuego, sin entregarse en el ataque. Procedía de Dover, su apostadero (19).
- 7 de agosto.—La Armada obtiene bastimentos, no municiones. Noticias de Farnesio: Le faltan aún quince días para estar listo. No puede enviar municiones. Ataque a la Armada con brulotes. Se pican los cables de las anclas. Se dispersan los buques. Los ingleses se lanzan al ataque.
- 8 de agosto.—Batalla naval de Gravelinas. La capitana real, con algunos navíos aguanta el empuje de 150 unidades enemigas (20). El resto de la Armada deriva peligrosamente hacia los bajos de Zelanda. Viento y corriente empujan hacia ellos. La cobertura se hace con heroísmo.
- 9 de agosto.—La Armada dispuesta en batalla. Los ingleses no explotan el éxito inicial. Consejo decide volver al Canal si el viento lo permite. El rolar al oestesudoeste, de momento, había salvado a los buques (21).
- 10 de agosto.—Sopla sudoeste fresco; imposible volver al Canal. Habrá de darse la vuelta a las islas Británicas. Se acortan raciones. Se arrojan al agua 40 caballos y 40 mulos, éstos de la artillería de campaña.
- 11 de agosto.—Castigo ejemplar: Se cuelga de la entena de un patache a un capitán que no acudió al combate. Se indultan 19. Los enemigos siguen a la Armada sin atacarla. La escuadra de Seymour vuelve a Dover.
- 12 de agosto.—Sigue el viento del suroeste. Hay que continuar hacia el norte. Los enemigos abandonan la persecución. Entran en el Firth of Forth (22).
- 17 de agosto.—Se continúa hacia el norte. Viento del sursudoeste. Espesa niebla.
- 20 de agosto.—La Capitana franquea el paso Orcadas-Shetland. Todo es sufrimiento en la Armada; van unos 3.000 enfermos y numerosos heridos.
- 29 de agosto.—Vientos contrarios y atemporalados. La Armada cada vez más dispersa.
- 1 de septiembre.—Amaina el tiempo; saltan vientos favorables.
- 3 de septiembre.—Algunos buques hacen el paso entre las Hébridas y Escocia.
- 6 de septiembre.—Vientos contrarios. Temporal. Cerrazón. Mayor dispersión.
- 8 de septiembre.—Amaina el tiempo. Vientos favorables.
- 10 de septiembre.—Pocos buques siguen a la Capitana. Algunos entran (en estos días) en las rías de Irlanda (se perderán 19). Se combate en tierra para obtener agua y víveres. Mueren muchos de los nuestros; algunos muy principales, tal es don Alonso de Leyva (23).
- 12 de septiembre.—Mal tiempo. El intenso frío hace perecer a muchos negros y mulatos.
- 18 de septiembre.—Mal tiempo. Al fin mejora; durará bueno unas horas.
- 19 de septiembre.—Fuerte temporal en el que “todos creyeron perecer”.
- 21 de septiembre.—Bonanza. La Capitana recala en Santander. Fondea en la barra. El duque, muy enfermo, es desembarcado. Queda a bordo Flores Valdés.
- 22 de septiembre.—Fuerte temporal hace salir a la Capitana. Fondea en Laredo. Allí hay 10 buques de la Armada. Entran ocho más.
- 30 de septiembre.—Vuelve la Capitana a Santander; con ella los otros buques.
Van llegando barcos a diferentes puertos del Cantábrico y a La Coruña. Muy enfermo llegó a este puerto Martínez de Recalde. En San Sebastián entró Oquendo.
El duque, algo repuesto, vuelve a tomar el mando en Santander. Organiza socorros. Las pérdidas de buques en la expedición fueron: 2, hundidos en combate; 3, perdidos en las costas de Francia; 2, en las de Holanda; 2, abandonados al enemigo; 19, varados y perdidos en las costas de Irlanda o de Escocia. Se ignora la suerte de 35. En total se perdieron 63 unidades, 26 galeones, 13 urcas, 20 pataches, tres galeazas y una galera.
De las pérdidas humanas es difícil establecer el cómputo (24). Se estimó el número de muertos en unos 10.000. De ellos muchos fallecidos a consecuencia de las heridas y otros de la enfermedad, del hambre y del frío. Muchos murieron en Irlanda, ahogados en los naufragios, y en los combates. El costo de la jornada se apreció en unos 1.400.000.000 reales (25).
Consideraciones tácticas
En 1588 los galeones y naos tenían la artillería repartida por las bandas. Había quedado atrás el combate clásico de las galeras embistiéndose de proa, para jugar su artillería proel y emplear el espolón, y saltar al abordaje (26).
Ahora había que presentar los costados al enemigo, pronto habría de aparecer la línea de combate, “line ahead”, aunque oficialmente no se hablase de ella hasta después de la batalla de Portland (1653) (27)
En 1588, hay relatos que dicen: “A 31, al amanecer, pareció la Armada del enemigo por la parte de la mar… hasta 60 navíos en ala…”; otros dicen “en ala, con buen orden”… Una fila, es evidente.
Nuestra Armada navega primero en tres grupos: vanguardia, grueso y retaguardia, mandados, respectivamente, por Leiva, por el duque en persona y por Recalde.
Es después del primer combate cuando, el 1 de agosto; “dispuso el duque (lo dice claramente en su diario) que Leiva pasase a unirse con Recalde, constituyendo una fuerte retaguardia” (desplegada en dos cuernos): él mandaría el cuerpo de vanguardia tras el que navegaría el convoy (28).
Una formación eminentemente defensiva de la que partirían las reacciones a los ataques del enemigo, y los propios, que se harían siempre que el viento lo permitiese; navegando siempre el conjunto a acercarse a cabo Margate. Pudieron mantener tal formación al tener vientos suaves y favorables. Sin ello, ¿cómo se hubiesen manejado con el pesado convoy?
Las corrientes también les acercaban a Farnesio, pero, ¡demasiado deprisa!. Howard no cerró el paso a la Armada como se hace en tierra al guardar un desfiladero.
Lo hizo con un concepto marinero, situándose a barlovento, conservándose dueño de sus movimientos, atacando la retaguardia del enemigo, envolviendo sus alas…, esperando la ocasión de entregarse más a fondo, que llegó en Gravelinas después de desorganizar la formación de la Armada con él ataque de brulotes de Calais (29).
Acercándose entonces a tirar de cerca con sus cañones de largo alcance, pero siempre evitando el combate al abordaje que los nuestros ansiaban y procuraban “con la misma moral combativa de los primeros días”.
Tuvieron los ingleses gran cuidado, mientras sus enemigos estuvieron frente a las costas inglesas, de que una de sus escuadras se mantuviese interpuesta entre unos y otras.
La superioridad guerrera y maniobrera de sus buques era bien patente; podían virar rápidamente y barloventear mucho. Su superioridad artillera era manifiesta: sus largas culebrinas llegaban más, sus balas, con mayor velocidad remanente, haciendo más daño en el impacto. Pero los costados de nuestros galeones eran resistentes y no hubo sino uno hundido en combate.
Había que acercarse para conseguir mayores efectos. El adiestramiento de los ingleses era grande; abundaban en ellos los artilleros de mar y en los nuestros los de tierra. La velocidad de tiro que conseguían los primeros era tres veces la que se conseguía con los de la Armada (30).
Habían cuidado mucho el aspecto artillero en sus campañas corsarias y piráticas. Pero, de todo modos, para dar en el blanco, con los procedimientos de puntería de la época, había que acercarse más de lo que lo hacían los ingleses en los primeros encuentros.
Gastaron muchas municiones; bien es verdad que tenían posibilidad de reponerlas. No se crea con esto que los nuestros habían descuidado la artillería; ya habían conseguido con ella grandes efectos en los combates de las Azores. Sin embargo, cifraban grandes esperanzas en el abordaje, siendo en él maestros y sabiendo la superioridad artillera de los enemigos.
Hubo a lo largo de la jornada seis encuentros.
El 31 de julio en las cercanías de Plymouth, de donde habían salido dos fuerzas inglesas, de 80 y de 11 buques. Unidas pasaron lejos de la vanguardia, cañoneándola y atacando más de cerca la retaguardia.
De ésta se destacó Recalde incitando a que le abordaran, sin conseguirlo. Al ser socorrido por varios buques, entre ellos la Capitana del duque, los enemigos se retiraron (31).
Estos ataques se hicieron navegando la Armada, en su primera formación, en orden sucesivo (interpreto que ya navegaba con rumbo cercano al Sur).
El segundo combate fue el de Portland Bill (día 2 de agosto); ya la Armada en su nueva formación dispuesta por el duque el día 1. Al saltar el viento del Este, los ingleses maniobran para ganar barlovento por el lado de tierra; mas no pueden y queda aislado Frobisher con seis buques.
Le atacan las galeazas y él trata de llevarlas a los bajos Shambles, con lo que fracasa el ataque. Le auxilia Howard cuando el viento rola nuevamente al Oeste. Se combate con valor por ambas partes. El duque insiste en combatir, pero los ingleses rompen el contacto.
Los segundo y tercer combates se producen al sur de la isla de Wight, por ataques a buques de la Armada, rezagados, desde barlovento. En el tercer (día 3) es el Gran Grifón, capitana de las urcas, socorrido y remolcado por una galeaza. Acude Bertendona con algúnos buques, y después el duque, y los enemigos se retiran a tiro largo de culebrina.
En el cuarto combate (4 de agosto) los ingleses van ya repartidos en cuatro escuadras (32). Se inicia con el ataque a dos rezagados, el galeón San Luis y la nao Santa Ana.
Hay calma y los enemigos atacan con sus buques remolcados por sus embarcaciones menores. Nuevamente intervienen eficazmente las galeazas; socorren a los atacados y los remolcan.
Salta el viento y la retaguardia de la Armada es atacada por tres escuadras enemigas. El duque combate con la otra. Todo esto se produce acercándose a Solent, fondeadero que hubiese podido tomar la Armada a no ser por la acción de la flota enemiga.
Frobisher se mantiene del lado de tierra y las otras escuadras presionan por el lado opuesto. El San Martín, capitana del duque, combate durante media hora con seis buques de Frobisher.
Apoyado después por otros pasa a la ofensiva. En el cuerno derecho de la Armada se combate contra Drake. El duque ve que deriva hacia los bajos Owers y ha de cambiar de rumbo y con ello se pierde la posibilidad de apoderarse de la isla de Wight (33). Los ingleses no insisten en su acción; están escasos de municiones; las han pedido a tierra, con urgencia. Las recibirán y con ellas el refuerzo de voluntarios de la costa.
El quinto combate (noche del 7 de agosto) es el ataque de los brulotes. En cuanto fondearon los nuestros en Calais, lo hicieron los ingleses. Conocían, pues, que el fondeo era imprescindible; iban preparados para echar las anclas.
Son reforzados por Seymour (34). Para desordenar a la Armada lanzan brulotes; buques transformados rápidamente en tales, para no perder tiempo en esperar a los que se tenían pedidos. El ataque es eficaz. Se pican los cables…. la galeaza capitana, averiado su timón, vara en la costa y es destruida por los enemigos.
La sexta acción es la de Gravelinas (8-9 de agosto). Nuestra Capitana, primero con tan sólo 24 buques, después llega a reunir 40, mantiene valientemente los ataques de 150 barcos enemigos, mientras el resto de sus fuerzas deriva hacia los bancos de Zelandia.
Parecen irremisiblemente perdidos, pero rola el viento y pueden salir del peligro. Hay muchos buques seriamente averiados, pero solamente son dos los hundidos en combate y otros dos se pierden sobre las costas de Holanda.
Es, pues, la de Gravelinas otra acción de retaguardia donde los ingleses se entregan más a fondo contra los nuestros; contra parte de los nuestros… El duque consigue ordenar sus fuerzas. Los enemigos le siguen con respeto, sin atacarle de nuevo.
Realmente han conseguido su objetivo: El duque de Medina Sidonia no se reunirá con el de Parma. Los buques de la Armada, averiados y faltos de municiones, no podrán hacer nada contra Inglaterra, pero, sin embargo, la flota inglesa les sigue, observándoles.
Sobre el mando
Mucho se ha dicho en contra del duque de Medina Sidonia, especialmente por parte de historiadores españoles; otros extranjeros le consideraron mejor que lo hacen los nuestros (35).
Se inició su desprestigio cuando él, un grande de España, rechazaba el mando de la Gran Armada, aduciendo su estado de salud y su falta de experiencia en las cosas de mar. La duquesa contribuyó con sus comentarios de tertulia a sus amistades. Pero era laborioso y organizador y su carácter le hacía a propósito para aceptar el mando de Farnesio.
Tenison pone en boca del embajador de Venecia:
Tiene —el duque— excelentes cualidades y es generalmente querido. No solamente es prudente y valeroso sino de un natural bondadoso y benigno —supo también ser enérgico—solamente podría desearse de él tener una mayor experiencia de mar.
Obsérvese que, en combate, siempre la Capitana acudió a los lugares de mayor peligro y que en muchas ocasiones se batió sola contra numerosos buques enemigos.
Se manifestó, en suma, un fiel descendiente de Guzmán el Bueno (36). Puede decirse que fue leal manifestando su falta de preparación para el puesto que se le daba; tuvo la valentía de exponerla, y después del fracaso de la expedición, cuando se le achacaron a él, y se decía que otro hubiese sido el resultado mandando Santa Cruz, o Recalde, u Oquendo, él, modestamente, asentía… Así es fácil desacreditarse (37).
Pero Garret Mattingly se expresa:
Se mantuvo atento al mando, sin apenas comer, sin apenas dormir… Junto a él cayeron timoneles, pilotos, gente de su casa, valerosos Caballeros… Cuando hubo que racionar alimentos y agua él dio ejemplo hasta extremos increíbles…
Y, en otro párrafo dice que se mantuvo en cubierta casi todo el tiempo desde que empezaron los combates, que de cuando en cuando bajó tan solo un corto rato para tomar cierto descanso cuando el enemigo se mantenía distante…, apoyado en el coronamiento de popa, con una herida en una pierna, helándose cuando empezó el frío intenso, pues había dado sus capotes, uno a fray Bernardo de Góngora, que no había traído nada del Rosario y el otro a un paje o grumete que yacía herido…
Termina diciendo Mattingly: “Había hecho el duque cuanto mejor pudo aunque no fuese cuanto se necesitaba…”
Aguantó hasta el 3 de septiembre en que, gravemente enfermo, fue llevado a su camarote y metido en su litera. Así tuvo que ser desembarcado en Santander al regreso de la triste jornada.
No tenía ni fuerza para firmar las notificaciones al rey ni las demandas de auxilio… El duque fue, por lo menos valiente y generoso. Veamos, si bien sea someramente, los errores principales que se imputan a don Alonso Pérez de Guzmán. Responsable, sí, pero que mandó “en Consejo”, al estilo de entonces.
Se le imputa no haber atacado a Plymouth, como Drake hizo a Cádiz: El Consejo dijo “no”, pese a lo que digan algunos:
- La entrada en Plymouth era difícil; los buques tendrían que entrar lo más de tres en tres y sometidos a los fuegos de varios castillos.
- La flota que allí estaba era fuerte y lista para batirse, no como el conjunto de barcos que había en Cádiz, cuando por sorpresa atacó Drake.
- ¿Qué se haría con el convoy? Quedaría fuera con parte de la Armada, sometido a la amenaza de un ataque masivo de la flota inglesa, ya que se creía que Howard estaba más al Este, con la fuerza mayor.
- Entrar en Plymouth era retrasar el acercamiento a cabo Margate, cuya urgencia emanaba de las órdenes del rey (38).
Con referencia al abandono del Nuestra Señora del Rosario…: De haberse detenido la Armada hubiese quedado facheando a sotavento del enemigo, sin facultad de gobierno los buques.
La formación defensiva se tomó al día siguiente; así que de momento navegaba la Armada en tres cuerpos numerosos, en orden sucesivo. Al menos así lo vieron su consejero Diego Flores Valdés y el maestre de campo general don Francisco de Bobadilla, y así lo apreció el duque, equivocado o no, pero no por temor.
Decidió como impelido por un penoso deber de sacrificar un buque a la seguridad del conjunto. Creyendo que evitaba un desastre. Además se hizo por salvar al Rosario. El San Martín fue el primero que acudió en su ayuda.
El capitán Marolin de Juan, uno de los hombres más experimentados de la Armada consiguió dar un remolque al Rosario, desde la Capitana, pero la mar aumentaba y con las grandes cabezadas que daban los buques el remolque partió.
Varias pinazas y un pequeño galeón fueron dejados para que le diesen los posibles auxilios. El San Salvador fue auxiliado por dos galeazas. Fue abandonado por su dotación y el error de su capitán del momento fue no echarlo a pique.
Si se trata de no haber apresado el Ark Royal, cuando despistado se metió casi entre los buques de la Armada, no está claro que se insinuase a tiempo, al duque, que le atacasen las galeazas, ni está claro que el ataque hubiese dado resultado, pues los galeones ingleses acudieron prontamente en auxilio de su almirante, que ya iba acompañado de otros dos.
No está claro que las galeazas, bogando contra el viento, hubiesen llegado antes que el socorro enemigo. Puede ser que la baza mayor que perdió fue no haberse apoderado de un fondeadero en la costa inglesa para coordinar su acción con la de Farnesio.
En las últimas instrucciones del rey le habló de la isla de Wight, pero…, ¿y la flota inglesa? Presionó ésta más y más hacia el Este y siempre se mantuvo una de sus escuadras —más o menos— entre la Armada y tierra. Y el viento y la corriente empujaban también hacia el Este, y… siempre la torpeza de la escuadra de las urcas, constante rémora de la Armada.
El fondeo en Calais ya vimos que fue totalmente imprescindible, para tratar de coordinarse con Farnesio entre él y el enemigo, y a barlovento, esto es, para cubrirle. Todos los pilotos estuvieron de acuerdo en que de no hacerlo sería la Armada arrastrada hacia el Mar del Norte, lejos de Farnesio, cuyas tropas estaban situadas entre Dunkerque y Nieuport (39).
Sobre el comportamiento militar del duque ya hemos hablado, pero quiero corroborar que especialmente en Gravelinas estuvo por encima de todo encomio (40).
El regreso a España dando la vuelta a las islas Británicas, del que algunos acusan al duque, está impuesto por el viento, por la corriente y por la falta de municiones, disminuidos además los buques en su poder combativo y en su facultad de maniobra por las grandes averías sufridas principalmente en la batalla de Gravelinas (41).
Si en el viaje de regreso se hubiesen ceñido los buques a la derrota seguida por la Capitana, mejor les hubiese ido sin los naufragios de Irlanda, o con muchos menos.
Algunos acusan al duque de haber desembarcado en Santander, no bien se fondeó en la barra. Fue el desembarco de un enfermo de mucha gravedad. Un capitán general puede ser “baja”; está dentro de las ocurrencias de campaña.
De nuevo la Armada en Santander, y algo mejorado, reasume sus funciones de mando. Mattingly, en su juicio sobre la actuación del duque de Medina Sidonia como capitán general de la Gran Armada contra Inglaterra, se expresa:
Se tiende (ahora) a juzgar mejor a Medina Sidonia, se tiende a reconocer su valor y su capacidad como administrador, pero nadie se ha aventurado todavía a decir que nadie hubiese podido hacerlo mejor…”, pero sigue… rotundo: “Es difícil creer que el mismo Nelson en persona —por todos admirado— hubiese podido conducir a la victoria en 1588 a la Gran Armada (42).
Termina diciendo que es importante se haga justicia a los muertos, aunque sea con retardo.
Lord Howard fue criticado en Inglaterra pese a ser el vencedor y haber hecho imposible la invasión. Un tenso ambiente favoreció las críticas; tenso entre los almirantes y entre ellos y miembros del Gobierno. La reina quería la desmovilización de la flota y todos se resistieron consiguiendo mantenerla a punto hasta que llegaron las noticias de Irlanda.
Durante ese tiempo hubo en los buques ingleses —dícese— tantos muertos como hubo en la Armada, durante la expedición, debido al gran azote de las dotaciones: el tifus. De nada había servido el ahorro de vidas conseguido por la táctica del lord almirante.
Pero la opinión le acusó de demasiado cauto en su modo de atacar a la Armada, buscando con frecuencia el alcance máximo de la propia artillería, siendo así ésta poco contundente y poco precisa en sus tiros.
En verdad se habían hundido muy pocos buques enemigos, pero no es menos cierto que Howard había conseguido sus objetivos con pocas bajas de hombres e insignificante de buques: Atacando desde barlovento en acciones de desgaste, impidiendo con su táctica que la Armada se apoderase de algún fondeadero para su buena coordinación con Farnesio tan necesaria para el éxito de los nuestros.
Tenía previsto el necesario fondeo de la Armada en Calais y el ataque de brulotes para desorganizarla (43), para batirla después entregándose a fondo (Gravelinas).
Según fue pasando el tiempo se fue reconociendo que la victoria había sido de Howard y no de Drake, al que se atribuían los éxitos —limitados— conseguidos. Se fue reconociendo el mérito de Howard, conductor de las operaciones navales como lord almirante de Inglaterra, activo, prudente y valeroso.
Y en los últimos tiempos los estudiosos británicos de la Jornada llegaron a una muy general conclusión: que Howard “no podía haberlo hecho mejor”.
Consideraciones finales
La Jornada de Inglaterra exigía un gran esfuerzo logístico; inicial y sostenido. Exigía un convoy que perturbaría notablemente la maniobra táctica de nuestras fuerzas, limitando sus posibilidades de acción y de reacción.
La formación que habría de adoptarse debería tener un marcado signo de defensiva. Con el plan del rey se disminuía el convoy (el grueso de las tropas habría de pasar de Flandes), pero introducía una gran dificultad: Coordinar la acción de la Armada con la de Farnesio.
Ya hemos visto la mayor eficacia de la artillería de la flota inglesa, nos queda considerar que en nuestros buques iba una muy buena infantería; buena para ese abordaje, que se hacía imposible por la maniobrabilidad de los barcos ingleses.
El tener atiborrados de hombres, lo buques, no daba ventaja a la Armada, pues ello no hacía sino tener un mayor estorbo para el combate artillero y ser, un motivo de tener mayor número de bajas por el fuego de los cañones enemigos, sin que, por otra parte, hubiese ocasión de empleo de las armas de los infantes.
El mayor número dé hombres exigía también un mayor gasto de víveres y de agua; por mucho que llevase la Armada resultaba poco. Las municiones embarcadas para la artillería fueron muchas, más también resultaron insuficientes. Víveres pudieron reponerse, algo, en Calais, no mucho; pero fue imposible obtener municiones, de los franceses. Tampoco pudo enviarlas Farnesio, pedidas por el duque junto con el auxilio de buques ligeros.
La difícil estrategia de la Jornada, en su conjunto, ya la hemos visto, también la destreza para mantener la formación, los nuestros, con unos barcos tan heterogéneos. Ya vimos que fue alabada por los enemigos, su destreza y su disciplina; pero no querría dejar de citar las elocuentes palabras de Thomas Walsh refiriéndose a la acción de Gravelinas. Dice:
Duró furiosamente desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. Sólo había 40 barcos junto al duque, con los cuales hizo frente a toda la flota inglesa, luchando con valor magnífico y desesperado. Nunca en la Historia —sigue—, ni siquiera en Lepanto, los soldados y marinos españoles (sic) dieron mayor ejemplo de lo que eran capaces, aun agotados por nueve días de combates y por una noche de ansiedad y de temor, acosados y medio enfermos por el bizcocho podrido….
Es un gran panegírico del comportamiento de los nuestros (siempre incluyo en esta palabra a los bravos portugueses, y a los italianos, y alemanes…).
Aquellos hombres merecieron mejores planes, más abundantes medios y mejor suerte, pero Dios, en sus inescrutables designios, no se la concedió, esta vez, a nuestras Armas.
El rey don Felipe, siempre piadoso, se había expresado en sus Instrucciones: “las victorias son de Dios, y El las da y quita como quiere…”. Visto ya el resultado de la Jornada dice en su carta a los obispos:
Como de todo lo que Dios es servido hacer se le deben gracias, yo se las he dado desto, y de la misericordia que ha usado con todos, pues según los tiempos contrarios y peligro en que se vio toda el Armada de un temporal recio y deshecho que la dio, se pudiera con razón temer peor suceso….
Atendió don Felipe a las necesidades de todos, en lo que pudo. Más se atendió en sus reinos a los que regresaron que en Inglaterra a los vencedores; licenciados, enfermos en gran número.
Con respecto al infortunado capitán general de su gran Armada, se portó el rey como creyó era de justicia. Primero se dirigió a él deseándole —sin reproche alguno— mejorase en su muy quebrantada salud; después, respetando el estado de ánimo de un grande de España derrotado, le concedió se retirase a sus estados de Sanlúcar sin pasar por la Corte.
A ésta llegó el maestre de campo general don Francisco de Bobadilla (44) a dar, de palabra, puntual noticia, completando la que ya había recibido el rey de don Baltasar de Zúñiga, portador del mensaje que el duque le había enviado desde la mar (21 de agosto).
El fracaso de la Gran Armada no fue tan decisivo en lo material; en lo moral tuvo más graves consecuencias. En este aspecto influyó tanto en los neutrales como en los beligerantes: Los protestantes enarbolaron la victoria inglesa, como si de un “juicio de Dios” se tratase, diciendo que Él estaba con ellos.
Los católicos siguieron mirando a España como su campeón, pero un campeón… “menos fuerte”; ¡vencido! En Francia, nación equilibradora, la Liga Católica perdió toda su fuerza. Los vencedores presentaron su victoria, más adelante, como el vencimiento de un Goliat (45); como ejemplo de lo que puede un pueblo que lucha contra la invasión.
En lo material no tuvo la batalla perdida tan graves consecuencias: No decidió la guerra entre España e Inglaterra. La empresa de ésta contra Portugal y la llamada Contraarmada, de 1589, fue tan desastrosa como lo fuera la de la Gran Armada.
El imperio español no sufrió pérdida alguna en sus territorios. Los ingleses no dominaron el mar: no fueron capaces de establecer bloqueos, y los tesoros de Indias siguieron llegando a la Península (46).
La preponderancia que ya antes había de la Marina inglesa, hasta llegó a ser menor. No fue en modo alguno el fin de la Marina española y portuguesa y mucho contribuyó el número de barcos que pudo salvar del desastre el duque de Medina Sidonia: 55 galeones, naves y urcas gruesas, una galeaza y nueve pataches. Sin ellos —unido a lo que había quedado sin ir en la Gran Armada— mal pudieran haber continuado, de modo eficaz las comunicaciones marítimas del imperio.
Bibliografía:
- The Armada (título original en los Estados Unidos). The defeat of the Spanish Armada (título de la edición inglesa). L’Epopée de l’Invincible Armada (título de la traducción francesa). La Armada Invencible.Barcelona, 1961. Garret Mattingly (47).
- CESÁREO FERNÁNDEZ DURO: La Armada Invencible.
- JULIAN CORBETT: Algunos principios de Estrategia Marítima.
- E. M. TENISON: Elizabeth England (1940).
- JULIAN CORBETT: Drake and the Tudor Navy. Isabel de Inglaterra (1558-1603). Conferencias pronunciadas en el Servicio His tórico Militar Español en abril de 1949 (publicado por dicho Servicio en “Curso de Metodología y Crítica Históricas”, Madrid, 1950).
- CARLOS IBÁÑEZ DE IBERO, marqués de Mulhacén: Algunas consideraciones sobre la política naval de España y organización de sus Armadas en la segunda mi tad del siglo XVI. Madrid, 1955.
- FRANCISCO TORMO: La Armada Invencible.Temas Españoles, 1956.
- WILLIAM V. KENNEDY: The Spanish Armada, en “Marine Corps Gazette”. Octubre 1957.
Notas:
- Bajo la dirección de John Hawkins, se construyeron galeones más largos, y se alargaron algunos de los construidos, para poder montar, así, mayor número de cañones en las bandas. De Wynter, por su parte, mejoró la artillería naval.
- El rey Felipe II parecía querer agotar todos los medios posibles para mantener la paz con Isabel de Inglaterra. Hasta aguantó en cierta que fuesen confiscados los caudales destinados al ejército de Flandes.
- El detalle de todo ello puede verse en La Armada Invencible, de Fernández Duro.
- Algunos Principios de Estrategia Naval, de Julián S. Corbett. Se recomienda especialmente esta obra para el estudio de la cobertura de operaciones de desembarco y de grandes convoyes de invasión.
- En su proyecto se incluía que sus fuerzas fuesen reforzadas, vía terrestre, por Italia, con 30.000 infantes y 4.000 caballos. Farnesio había talado el bosque de Waes, para construir embarcaciones de quilla plana, entre ellas 100 hendes para el transporte de la caballería. En Dunkerque, tenía, entre otras, un centenar de embarcaciones para los ingenieros y su material.
- De no conquistars un puerto inglés (lo haría imposible el constante acoso de la flota enemiga, a barlovento, y también constante efecto de las co rrientes y del viento), el puerto cercano a Dunkerque era Calais, francés, que había de mostrarse neutral (aunque simpatizante). Con un fondeadero exterior poco seguro por efecto de las fuentes corrientes. Poco seguro también ante el ataque de enemigos (como había de verse).
- España e Irlanda durante el reinado de Isabel de Inglaterra (1558 a 1603), de Cyrill Falls, catedrático de Historia Militar de la Universidad de Oxford. Conferencias dadas en el Servicio Militar (Ejército español) en abril de 1949.
- Estas instrucciones fueron en un principio “reservadas” después dejaron de serlo. Expresaban profunda religiosidad: ‘Primeramente,’ porque las victorias son don de Dios y El las da y quita como quiere, ya que lleváis causa tan suya por esta parte promete su asistencia y favor, si no se desmerece con pecados, habéis de llevar gran cuidado en que en esa Armada se excusen…”. Incluía también el rey una “Instrucción Secreta”, como la otra fechada el 1 de abril. Los ingleses, por su parte, proclamaban combatir, también, en nombre de Dios.
- Con gran disgusto de su segundo, Boroug. No celebró Drake consejo de guerra previo y ordenó atacar nada más llegar; el efecto de la sorpresa fue grande.
- Fenner, que pudiéramos llamar “Mayor General” de Drake, dice: “Tenemos este cabo con tanto provecho y tanta desventaja para el enemigo que la consecución de esta posición ha sido una bendición del cielo… En tanto que la mantengamos, el Cuerpo de la Armada está sin miembros, al estar desprovista de toda clase de aprovisionamientos” (los procedentes de ese lado, se entiende).
- La falta de toneles con duelas de madera curada fue causa de la putrefacción de alimentos, de pérdida de agua, al no ser estancos y también pudrirla. Originó gran retraso que produjo la entrada en La Coruña para un nuevo aprovisionamiento.
- En la Ármada Invencible, de Fernández Duro, podemos leer las extensas relaciones de armas, pertrechos, y elementos, de toda clase, a más de buques y hombres, que consideró Bazán necesarios para la Jornada contra Inglaterra. Si bien se disminuyese algo, por, la disminución, de los efectivos, se puede contemplar la magnitud de las necesidades (aun las reducidas) De, gran dificultad, sin tener un Estado Mayor bien organizado, deberían ser el acopio y la coordinación de todo.
- Un motivo del nombramiento fue poner al frente de los generales de la Mar una persona de prosapia cosa muy considerada entonces por todos. Ya volveremos sobe este punto. Las cualidades de organización del duque habían sido puestas de manifiesto en el ejercicio de muchas misiones que le había en comendado el rey, relacionadas con Portugal y con Marruecos.
- 16.973 soldados españoles y 2.000 portugueses; 8.000 marineros; 2.088 hombres de remo; 116 aventureros con sus 465 criados. 228 caballeros entretenidos con sus 167 criados; 85 personas dedicadas a la Sanidad (¡bien menguada!;) 180 religiosos; 22 caballeros y 50 criados de la casa del duque; ministros de Justicia, 19, y 50, otros criados. Todos, por lo general, combatientes.
- Menos las galeras; al no poderse mantener en la mar, arribaron a la costa francesa.
- Se había establecido la alarma en la costa inglesa. Una exploración eficaz dio la llegada de los buques enemigos. Cuando se celebraba el consejo en la Armada, ya el enemigo había salido de Plymouth. Del diario del duque: “En la tarde (día 30) se descubrieron cantidad de navíos y por haber cerrazón y lluviones no se pudieron contar”.
- Hubo que continuar adelante, después de disponerse algunos auxilios. Al detenerse la Armada, con buques tan pesados algunos, se hubiese roto la formación. El Nuestra Señora del Rosario estaba hecho una boya: los enemigos le hubiesen batido a mansalva, cruzándole la T. Se rindió a Drake. ¿Influyó él despecho?. En la voladura del San Salvador se cree que hubo sabotaje. Flotaba incendiado después de la explosión de la pólvora. Debiera haber sido hundido por su dotación.
- Es la famosa formación defensiva que los ingleses llaman “crescent”, esto es media luna. No lo era totalmente. Los buques navegarían en lo que llamamos ahora línea de marcación; imposible mantener alineaciones curvas.
- Treinta y dos buques; 12 de ellos de más de 100 toneladas destinados a observar a Farnesio.
- “La Capitana, cubriéndose del humo de su artillería, que con toda presteza y diligencia el duque mandaba jugar, sin querer arribar a nuestra Armada…” De ir sobre ella se vería también en trance de varar. Imposible, pues, concentrarse a sotavento. Así y todo, la Capitana llegó a estar en seis brazas de agua.
- El cambio de viento fue “como un milagro”. Se decide volver al canal, si ello es posible, porque quede bien puesto el honor de las armas. Había muchos buques seriamente averiados, pero lo peor era que apenas si había municiones.
- Se pone en boca de Drake: “Dejemos a los pobres a cargo de esos agitados y duros mares norteños”.
- Murieron muchos a manos de los campesinos irlandeses; querían robarles. Otros, a manos de las fuerzas inglesas que no les daban cuartel. La salvación de algunos fue llegar a Escocia. Algunos nobles irlandeses procuraron, también, protegerles. [Aconsejamos leer la Carta de uno que fué en la Armada de Inglaterra y cuenta la jornada que escribió el capitán Francisco de Cuellar sobre las múltiples aventuras y desventuras tras naufragar en Irlanda hasta su posterior regreso a España].
- Se mandaron levantar estados en los corregimientos y provincias. Los de los Ejércitos de entonces tenían poca fiabilidad. No se decía la verdad sobre el número de muertos a fin de seguir cobrando sus pagas. Sucedían en todas las naciones.
- Según apreciación de don Bernardino de Mendoza, embajador de España en la corte francesa.
- Los espolones a nivel de cubierta, algo levantados en las galeras ponentinas (las españolas lo eran), estorbaban el tiro sin elevación (el cercano) del mayor cañón de a bordo, el de crujía. Por eso se aserraron en Lepanto.
- Ya Raleig en 1617 había dicho: “The whole fleet shall follow the Admiral, the Vice Admiral or other leading ship…” Todos harían fuego al llegar a su objetivo. Después de Portland (1653), Blake, Monk y Deane dieron en sus instrucciones nombre a la nueva formación, que no lo era, pues era la que ya los españoles habían llamado – “línea de ala” o “columna de ala”. Los susodichos almirantes de Portland mandaron que “los barcos de cada escuadra deberían mantenerse en línea recta con la nave Capitana, para mejor aprovechamiento de la artillería…”.
- “Crescent” de lo ingleses. Reconocían que no era una media luna, pero que lo parecía desde lejos. Admiraban la destreza y disciplina marineras de los nuestros capaces de mantener la formación.
- Los pilotos aconsejaron el fondeo en Calais, ya que de otro modo los buques serían lanzados al mar del Norte; dejando a Farnesio del lado del enemigo.
- Así lo hacen constar varios relatos de gente de la Armada.
- Después del primer encuentro tuvieron lugar los dos accidentes: el del Nuestra Señora del Rosario y el del San Salvador. (Véase resumen de la jornada.)
- Mandadas por Howard, Drake, Hawkins y Frobisher.
- Se pierde esa posibilidad, de algo pensado por el rey, por el Consejo, pero en los relatos no se indica de un modo “inmediato” que la expedición fuese preparada para efectuar desembarco alguno.
- Ahora puede hacerlo sin dejar su misión de observación de Farnesio, ya que no se salían de su zona de operaciones.
- Entre ellos, Garrett Mattingly en su Epopeya de la Invencible Armada, obra escrita con amplia visión, basada en documentos españoles, ingleses, holandeses y franceses.
- Su mayor deseo era batirse en singular combate con el Ark Royal, galeón-insignia de Howard, el lord almirante enemigo. Navío muy poderoso de 31 cañones (el San Martín montaba 48, pero seguramente contando los de muy pequeño calibre).
- Desacreditaron grandemente al duque los Apuntes del P. Juan de Victoria, de la Orden de Predicadores, llenos de disparates; como puede verse en La Armada Invencible, de Fernández Duro. De disparates históricos de toda clase, no sólo los relacionados con la crítica del duque de Medina Sidonia como capitán general.
- No estaba al Este la parte principal de la flota, mandada por Howard, como creían los nuestros en un principio (ésta estaba en Plymouth), la que se mantenía al Este era la escuadra de Seymour. La exploración inglesa estaba bien organizada, hubo un “early warning”, como ahora dirían, eficaz. Ello permitió la salida a tiempo de los de Plymouth, tan pronto como lo permitió la fuerte corriente de marea.
- Recordemos: Farnesio bloqueado por bancos de arena, por vientos del Oeste, por flotillas de combate de “flyboats” holandeses, y por una escuadra inglesa de buques maniobreros y algunos de no mucho calado para poderse acercar a la costa.
- Dice Mattingly: “La recuperación del orden táctico, manifestación de la disciplina y de la destreza marinera de los españoles (Sic) fue posible con toda evidencia gracias a las cualidades de mando del duque de Medina Sidonia y al valor tenaz desplegado en su acción de retaguardia”.
- Volver por donde se había ido se le ocurre a cualquiera; el amplio movimiento para evitar la indefectible destrucción de la Armada es una idea de maniobra marinera y militar. Y fue de los más entendidos de la Armada.
- “It is hard to belive that even Horatio Nelson could have led the Spanish Armada to victory in 1588”.
- El fondeo a barlovento de los de la Armada, en Calais, estaba previsto. Los buques ingleses echaron las anclas no bien lo hicieron los de aquélla. Estaba previsto el empleo de brulotes; estaban pedidos, pero para no perder tiempo habilitaron los ingleses buques de las diversas escuadras, ocho en total, uno de Drake de 200 toneladas, otro grande de Hawkins.
- En una carta dirigida a Juan Idiáquez, para que se la trasladase al rey, dice: “Bien ha sido menester ver con los ojos de la cara y tocar con la mano lo que ha sucedido para ver el engaño en que se ha ido con esta máquina (la Armada)”… Detalla la escasez de verdaderos buques de guerra, los muchos enemigos bien armados y maniobreros, la escasez de municiones…, la falta de un puerto; el no estar Farnesio en condiciones de salir; el valor de muchos, pero también la cobardía de algunos… Bobadilla había sido transbor dado a la Capitana, en La Coruña, por su mucha experiencia, como consejero.
- Los ingleses han seguido explotando el éxito conseguido en 1588, para animarse contra cualquier tentativa de invasión: “What we have done once. we can do again”.
- Concretamente: En los quince años que median entre 1588 y 1603 llegaron a España mayor cantidad de “tesoros de América” que en cualquier otra época de la Colonia.
- Autor de nacionalidad norteamericana. Se ve en la titulación dada en las diferentes naciones cierta tendencia: Sobrio y escueto en los Estados Unidos, triunfalista en Inglaterra, en cierto modo admirativo en Francia.